Era final de octubre y aquella mañana montaron a este caballo percherón una vez mas en el camión como muchos días del verano que había terminado, de tras de el montaron el par de mulas, que habían sido compañeros de fatigas, cada uno en su misión, él ataviado con el peto, muchas tardes había salido al ruedo de algunas plazas para intervenir en el tercio de varas, las mulas formaban el tiro para el arrastre.
Aquel día era distinto, al detenerse el camión el tubo la sensación de volver a su lugar, allí, de donde partió una tarde de primavera.
El portón del camión se abrió, pudiendo bajar él, y sus compañeras las mulas, en la pradera donde estaban siendo soltados, ya no se podían contemplar aquella multitud de flores que en primavera había cuando partió, en cambio, los chopos de la rivera se habían vestido de oro anunciando las frías noches del otoño.
Una vez quedo libre este caballo, permaneció unos segundos contemplando el prado, después comenzó a trotar para acercarse donde se encontraban otras caballerías, al llegar cerca de sus congéneres, dio unos leves relinchos compuso la figura y con un trote más majestuoso se acerco al grupo.
Aquella llegada a nadie le fue indiferente, todos dejaron de pastar y algunos potros se acercaron a él haciéndole una especie de saludo.
Él con la cabeza altiva resoplo varias veces, quería dejar claro y que aquellos jóvenes potros supieran que aunque hubiera estado ausente, él era el jefe de la manada.
Las yeguas más tranquilas, solamente lo miraron y continuaron triscando yerba esperando que fuera él el que se acercaba a ellas a reconocerlas o saludarlas, cosa que hizo con sumo agrado, pues fue de una a otra exiviendose é intentando cortejarlas.
Al sentir al recién llegado algunos potros de dos años que pastaban algo alejados pues las yeguas los mantenían a raya para que no las molestaran, tambien se acercaron, estos demostrando la juventud y sus bríos, tubo que imponerse el veterano caballo dándole algún mordisco a los mas cerriles e indómitos de aquellos potros.
La mañana transcurrió tranquila, a eso del mediodía él caballo con lento caminar se dirigió al remanso del arroyuelo donde solían abrevar, siendo seguido por las yeguas y sus potros permanecieron un buen rato para saciar su sed y refrescarse manoteando de vez en cuando en el agua, aunque eran días de otoño a estas horas del mediodía el sol apretaba y aquellas caballerías se retiraron hacia la sombra de los chopos.
Una vez estando en la sombra, las yeguas descansaban algunas echadas, el caballo recién llegado descansaba hacia un lado de la manada, prefería descasar solo, pero los jóvenes potrillos tenían curiosidad por saber donde había estado aquel tiempo que ellos no lo habían visto allí.
Ante las insistentes preguntas, y viendo que tenían mucha curiosidad aquellos jóvenes potrillos por saber como era el mundo fuera de aquella pradera, él caballo percherón zigzagueo, su cola sobre el lomo para espantar unas moscas que intuyendo el frío venidero le estaban molestando mas de la cuenta, luego con voz pausada comenzó a relatar sus vivencias de la temporada taurina.
Recuerdo que eran los primeros días del mes de junio, y habiendo pasado una buena primavera aquí en la pradera triscando hierba en compañía de toda la manada, bueno excepto alguno que todavía no había nacido.
Al decir esto, se dirigió con la mirada hacia un lado donde se encontraba tumbado un potrillo que había nacido días después de su marcha, luego prosiguió.
Tengo que reconocer que me disguste algo al ver que mis amos me llevaban para mi misión de la temporada taurina, pero a la vez es gratificante saber que uno es fundamental en el desarrollo de la fiesta.
Un potrillo impaciente pregunto; ¿cuál es esa misión tan importante?
Calma, calma, dejarme que os cuente.
Aquel día era distinto, al detenerse el camión el tubo la sensación de volver a su lugar, allí, de donde partió una tarde de primavera.
El portón del camión se abrió, pudiendo bajar él, y sus compañeras las mulas, en la pradera donde estaban siendo soltados, ya no se podían contemplar aquella multitud de flores que en primavera había cuando partió, en cambio, los chopos de la rivera se habían vestido de oro anunciando las frías noches del otoño.
Una vez quedo libre este caballo, permaneció unos segundos contemplando el prado, después comenzó a trotar para acercarse donde se encontraban otras caballerías, al llegar cerca de sus congéneres, dio unos leves relinchos compuso la figura y con un trote más majestuoso se acerco al grupo.
Aquella llegada a nadie le fue indiferente, todos dejaron de pastar y algunos potros se acercaron a él haciéndole una especie de saludo.
Él con la cabeza altiva resoplo varias veces, quería dejar claro y que aquellos jóvenes potros supieran que aunque hubiera estado ausente, él era el jefe de la manada.
Las yeguas más tranquilas, solamente lo miraron y continuaron triscando yerba esperando que fuera él el que se acercaba a ellas a reconocerlas o saludarlas, cosa que hizo con sumo agrado, pues fue de una a otra exiviendose é intentando cortejarlas.
Al sentir al recién llegado algunos potros de dos años que pastaban algo alejados pues las yeguas los mantenían a raya para que no las molestaran, tambien se acercaron, estos demostrando la juventud y sus bríos, tubo que imponerse el veterano caballo dándole algún mordisco a los mas cerriles e indómitos de aquellos potros.
La mañana transcurrió tranquila, a eso del mediodía él caballo con lento caminar se dirigió al remanso del arroyuelo donde solían abrevar, siendo seguido por las yeguas y sus potros permanecieron un buen rato para saciar su sed y refrescarse manoteando de vez en cuando en el agua, aunque eran días de otoño a estas horas del mediodía el sol apretaba y aquellas caballerías se retiraron hacia la sombra de los chopos.
Una vez estando en la sombra, las yeguas descansaban algunas echadas, el caballo recién llegado descansaba hacia un lado de la manada, prefería descasar solo, pero los jóvenes potrillos tenían curiosidad por saber donde había estado aquel tiempo que ellos no lo habían visto allí.
Ante las insistentes preguntas, y viendo que tenían mucha curiosidad aquellos jóvenes potrillos por saber como era el mundo fuera de aquella pradera, él caballo percherón zigzagueo, su cola sobre el lomo para espantar unas moscas que intuyendo el frío venidero le estaban molestando mas de la cuenta, luego con voz pausada comenzó a relatar sus vivencias de la temporada taurina.
Recuerdo que eran los primeros días del mes de junio, y habiendo pasado una buena primavera aquí en la pradera triscando hierba en compañía de toda la manada, bueno excepto alguno que todavía no había nacido.
Al decir esto, se dirigió con la mirada hacia un lado donde se encontraba tumbado un potrillo que había nacido días después de su marcha, luego prosiguió.
Tengo que reconocer que me disguste algo al ver que mis amos me llevaban para mi misión de la temporada taurina, pero a la vez es gratificante saber que uno es fundamental en el desarrollo de la fiesta.
Un potrillo impaciente pregunto; ¿cuál es esa misión tan importante?
Calma, calma, dejarme que os cuente.