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EL PIÑERO: ¡Mira,! Allí se ve una polvareda, será mi amo que esta...

¡Mira,! Allí se ve una polvareda, será mi amo que esta entablando dura batalla con el ejército de feroces guerreros que le atacó, apresuremos el paso, llegaremos a tiempo de inclinar la victoria del lado de mi señor el hidalgo.
Dicho esto, comenzó a caminar más aprisa, el galgo no tuvo más remedio que aligerar la marcha para adelantar en unos pasos al caballo, pues este al caminar más aprisa, había aumentado el polvo que levantaba al arrastrar las patas.
Al estar más cerca del sitio de donde procedía el polvo el galgo se detuvo y dijo a su acompañante.
Falsa alarma amigo, lo que tu creías que era un campo de batalla, solamente es un barbecho en el cual se revuelca un asno.
El asno después de haberse revolcado muy a conciencia, quedase echado sosegado, a la vez que contemplaba al galgo y al caballo acercarse.
Maldita sea mi tardanza, pues por ella, te hallo magullado en el campo de batalla, bellaco enemigo contra el que luchaste, aprovechando mi ausencia sin pudor para atacar a un desvalido, dejándote aquí postrado y mal herido.

El asno, sin hacer caso a lo que el caballo decía se incorporó, después sacudió su cuerpo y acto seguido estiró el lomo todo lo posible, igualmente el cuello y una pata trasera; el rabo lo puso tenso hacia un lado, y exhalando un bostezo enseñó al sol y a los allí presentes unos grandes dientes.

Cuéntanos, amigo asno, como fue la lucha en este páramo de La Mancha, ¿el enemigo, aun dejándote mal herido, en su cuerpo también llevó la huella de tus herraduras?
No me extraña tu forma de hablar y tus delirios de batallas, escuché decir que nosotros los animales de la casa siempre teníamos cierto parecido con nuestros amos, o al contrario, quizás fueran los amos quienes se parecieran a nosotros.
Creo que no es el momento para hablar de parecidos y sí de que nos pongamos prestos para unirnos a la lucha, de donde en plena contienda, sin saber por qué escapé a galope tendido, de lo cual ahora me arrepiento y sintiendo lo sucedido quiero unir mis fuerzas para con vosotros vencer al enemigo.
Olvídate de las luchas y las contiendas, trata de liberarte de las bridas y la montura, que maltrechamente en la panza llevas puesta, y disfruta en libertad en los campos de La Mancha.
Yo creo que tiene razón el asno, ¿por qué meternos en batallas, cuando estos campos nos dan de todo, para vosotros hierba fresca y para mi buena caza? Dejemos los enemigos, que si no se buscan no se hallan.
¡Hiiiiiii!
¿Cómo queréis que frene mis impulsos de lucha, cuando a mis lomos cabalga un caballero andante, dispuesto siempre a dirimir cualquier abuso, entrando en cualquier refriega, nunca rehuyendo la lucha, siempre sin miedo entrando en la más desigual de las contiendas?
Calma, calma, amigo caballo, yo dije que nos parecíamos a los amos, no que tuviéramos que hacer las mismas locuras.
Ellos tienen el don del razonamiento, por eso pueden acertar y equivocarse, si se equivocan, de sabios es rectificar, dicen. Los animales no tenemos que meternos en esos berenjenales, solamente nos guiamos por el instinto que nos marca la madre naturaleza.
A mí, el instinto me dice que nos acerquemos a la sombra de aquel olivo, pues el sol de mediodía comienza a dejarse sentir; durmamos una siesta y después decidiremos que hacer por la tarde.
Estoy de acuerdo.
Galgo y asno, comenzaron a caminar hacia el olivo para el sesteo, el caballo, haciéndose el remolón, los siguió.
No me parece justo parar nosotros a descansar mientras nuestros amos se encuentran en plena batalla, luchando contra un numeroso ejército.
Justo o injusto será dependiendo del punto de vista con que se mire, no siempre el que pretende impartir justicia lo consigue.
En este momento es menester que tomemos justa parte de la sombra que nos ofrece este olivo y descansemos tumbados en ella.

Vosotros lo tenéis muy fácil, daros cuenta que yo me encuentro enjaezado.
¡Ja, ja, ja! Yo diría con la albarda en la barriga. Dijo el asno.
Me parece mentira que el asno del escudero de un caballero andante, con todo lo que ello representa, llame a mi montura, albarda.
Es tu amo, amigo de corregir al mío cuando dice algo incorrecto, en este caso, déjame aclararte que me refería al hecho de encontrarte en la mala situación, no habiendo sabido desembarazarte del resto de tus pertrechos.