EL PIÑERO: La niña paseaba por la playa, era una tarde de primavera,...

La niña paseaba por la playa, era una tarde de primavera, los rayos del sol parecían despertarse del letargo del invierno.
Una leve brisa acariciaba sus mejillas, se detuvo, había escuchado su nombre…
La llamaba su hermano, el muchacho se encontraba sobre una roca, el agua rozaba la parte baja de esta.
Ven, mira, en esta roca me gustaría tener mi castillo.
La verdad es que aquel muchacho, con sus pantaloncillos remangados hasta la rodilla, su camisa algo desgarrada y anudada en la cintura, mas que el señor de un castillo, parecía un joven pirata habido de aventuras.
La niña se acerco a la roca, contemplaba a su hermano, el niño le dijo: Sube, tú serás la princesa del castillo, y si alguien viene a buscarte, yo luchare para defenderte.
La niña subió a la roca, busco un sitio para sentarse, y mientras su hermano con actitud amenazante a los posibles atacantes de su castillo, “todos ellos imaginarios” pues por los alrededores no se encontraba nadie.
Ella se dejaba llevar por los sueños, tal vez… Siendo princesa del castillo de su hermano, vendría un joven príncipe, en un barco velero, surcando los mares, hasta llegar a las proximidades de la roca.
Su hermano, exhibiría su fuerza y poder, sobre la roca.
El joven príncipe, tendría que quedarse algo distante, y aclarar, que solo pretendía solicitar permiso para acercarse a la roca y poder pedir la mano de la princesa.
Entonces, según fuera acercándose, la princesa, ya estaría viendo el rostro de su pretendiente por primera vez.
Se lo imaginaba… En su barco velero, de pies a la altura de la proa, vestido, con una casaca de terciopelo color grana, bordada por su parte delantera de arriba abajo, en los puños, un doblez, también bordado, dejando asomar las mangas de una camisa blanca de seda, en la cintura un ancho cinturón con una hebilla dorada, de donde partían unos pantalones del mismo color que la casaca, hasta media pierna, que era donde le llegaban la parte alta de las botas, de cuero, adornadas también con unas hebillas doradas.
Sobre el cuello de la camisa y la parte de los hombros de la casaca, descansaba el cabello del joven príncipe, que con las rachas del viento, se mecía de un lado para otro, los ojos del joven serian azul cielo, sus facciones bien formadas, dejarían escapar una sonrisa de los labios del apuesto joven, que entre sorpresa y admiración, al estar próximo a la roca y descubrir la belleza de la princesa.
Aquella princesa que tanto había buscado por los mares, llegando a pensar que, esa belleza en el rostro de una joven, solo la encontraría en las sirenas del mar.
Una voz se escucho a lo lejos: José, Raquel.
El niño dijo: mamá, estamos aquí, en mi roca, que será mi castillo.

Fin.