Como todos los días, aquel vagabundo, se pasaba los días rebuscando en las bolsas de basura y desperdicios de la gente.
El tiempo veraniego se había quedado atrás, distando entre medias, los calidos días de principio del otoño, los mapas de preedición de el tiempo, comenzaban a ser adornados con algún símbolo de la nieve.
Las gentes en las primeras horas del día tenían que protegerse de la fría escarcha con ropas de abrigo.
Este pobre desheredado de lo generosa que es la vida a veces, no poseía mas prenda de abrigo que una pelliza descolorida y algo desgarrada.
Por el día, deambulaba por el pueblo, y la noches nadie sabia donde las pasaba.
Lo que no es de dominio de toda la gente, la vida te lo suele enseñar, este desposeído de bienes materiales había aprendido, que en las calidas noches de verano, cualquier lugar es bueno para dormir, igualmente en cualquiera de esos lugares, podía ser molestado por paseantes nocturnos, o jóvenes aburridos que no tienen que madrugar.
En invierno, es diferente, las bajas temperaturas no son propicias para los paseantes, ni son adecuadas para dormir al intemperie.
En este pueblo donde sucedió esta historia, si había sitios abrigados, como alguna tenada o pajar abandonado, todos ellos buenos para pasar la noche al abrigo de las inclemencias del tiempo.
Cada cual tiene sus preferencias, y a pesar de ser idóneos para pernoctar, y poco concurridos por la gente, a este sin techo ninguno le gustaba, siempre solía suceder que en medio de la noche maullaba algún gato enamorado, o algún perro buscaba cobijo y ya sabemos que el bien llamado el mejor amigo del hombre suele despertarse a cualquier ruido o ladrido de otro can, y esas cosas si le molestaban bastante.
Ya hacia bastante tiempo que había descubierto que el cementerio era un buen lugar para encontrar sosiego en la noche, una veces era el caseto que a una esquina estaba el ideal, sobretodo en las noches de verano al no tener puerta, el transito de cualquier leve brisa le hacia inmejorable para conciliar el sueño.
Los días de frió se servia de lo que el llamaba su refugio.
Existía en aquel camposanto una tumba, la cual no se había utilizado hacia muchos años, en la cruz estaba casi borrado por el paso del tiempo quien descasaba en aquel mausoleo
El panteón que por dentro se encontraba vació de tierra se le había derrumbado la pared opuesta a la cruz, que dando un agujero del tamaño que podía acceder al interior una persona, alguien para evitar que se viera el hueco vació y tenebroso de dentro, coloco un tablero tapándolo.
El pernoctante una noche fría, desapacible y lluviosa pudo comprobar que el introduciéndose por aquel hueco, el interior era muy calido y acogedor, el tablero lo ajustaba con unos trapos viejos para tapar las randrijas y que no se colara el frió, esto ya lo venia haciendo varios inviernos, y nunca había sido molestado.
Eran las cero horas y treinta minutos de el día de los difuntos, unos mozalbetes pasaban la velada en una bodega, debido a la festividad que era, comenzaron a contar historias de muertos…..
El tiempo veraniego se había quedado atrás, distando entre medias, los calidos días de principio del otoño, los mapas de preedición de el tiempo, comenzaban a ser adornados con algún símbolo de la nieve.
Las gentes en las primeras horas del día tenían que protegerse de la fría escarcha con ropas de abrigo.
Este pobre desheredado de lo generosa que es la vida a veces, no poseía mas prenda de abrigo que una pelliza descolorida y algo desgarrada.
Por el día, deambulaba por el pueblo, y la noches nadie sabia donde las pasaba.
Lo que no es de dominio de toda la gente, la vida te lo suele enseñar, este desposeído de bienes materiales había aprendido, que en las calidas noches de verano, cualquier lugar es bueno para dormir, igualmente en cualquiera de esos lugares, podía ser molestado por paseantes nocturnos, o jóvenes aburridos que no tienen que madrugar.
En invierno, es diferente, las bajas temperaturas no son propicias para los paseantes, ni son adecuadas para dormir al intemperie.
En este pueblo donde sucedió esta historia, si había sitios abrigados, como alguna tenada o pajar abandonado, todos ellos buenos para pasar la noche al abrigo de las inclemencias del tiempo.
Cada cual tiene sus preferencias, y a pesar de ser idóneos para pernoctar, y poco concurridos por la gente, a este sin techo ninguno le gustaba, siempre solía suceder que en medio de la noche maullaba algún gato enamorado, o algún perro buscaba cobijo y ya sabemos que el bien llamado el mejor amigo del hombre suele despertarse a cualquier ruido o ladrido de otro can, y esas cosas si le molestaban bastante.
Ya hacia bastante tiempo que había descubierto que el cementerio era un buen lugar para encontrar sosiego en la noche, una veces era el caseto que a una esquina estaba el ideal, sobretodo en las noches de verano al no tener puerta, el transito de cualquier leve brisa le hacia inmejorable para conciliar el sueño.
Los días de frió se servia de lo que el llamaba su refugio.
Existía en aquel camposanto una tumba, la cual no se había utilizado hacia muchos años, en la cruz estaba casi borrado por el paso del tiempo quien descasaba en aquel mausoleo
El panteón que por dentro se encontraba vació de tierra se le había derrumbado la pared opuesta a la cruz, que dando un agujero del tamaño que podía acceder al interior una persona, alguien para evitar que se viera el hueco vació y tenebroso de dentro, coloco un tablero tapándolo.
El pernoctante una noche fría, desapacible y lluviosa pudo comprobar que el introduciéndose por aquel hueco, el interior era muy calido y acogedor, el tablero lo ajustaba con unos trapos viejos para tapar las randrijas y que no se colara el frió, esto ya lo venia haciendo varios inviernos, y nunca había sido molestado.
Eran las cero horas y treinta minutos de el día de los difuntos, unos mozalbetes pasaban la velada en una bodega, debido a la festividad que era, comenzaron a contar historias de muertos…..