El verde del otoño borro las hiervas secas en las eras, las comemeriendas que pusieron el color violeta en septiembre, se perdieron al igual queda perdido en lo infinito cuando estos prados comenzaron a ser eras, esperando año tras año a los calores del verano para que el balago de los campos fuera traído de madrugada con la fresca y estando el astro rey en lo alto, a vara o a herradura, y en tiempos no muy lejanos reventando las espigas y quebrantando la paja con los trillos repletos en la parte baja de pedernal, tirados por las parejas de vacas o mulas y los pacientes borriquillos que dieron vuelta tras vuelta sin descanso en las tardes del estío.
Esto paso durante varios siglos, con no pocos testigos, algunos muy representativos, es la espadaña de la Iglesia, o el teso la cantera, que vieron como después de pasar el frio de los inviernos, en los vellos campos lucio la primavera orgullosa su fuerza, pero todo es efímero y el verdor se volvió pajizo o color del oro en el caso del trigo.
Vuelven todos los años las cigüeñas a la torre de la Iglesia, no volverán a ver en tardes polvorientas el trajín de las eras.
El año dos mil trece los álamos de la orilla del Montoya, tuvieron el privilegio de ver como el labriego con muchos años a sus espaldas, pero año tras año con ilusión renovada, recogía los trates de la trilla, al cerrar el caseto ponía punto final a una etapa de varios cientos de años, la de la trilla.
El viejo burro pelicano estacado a un lado, cuando mordisqueaba las hierbas no sabía que estaba pasando a la historia por ser la última caballería que tirara de un trillo o una trilladora, con carácter de explotación, pues en estos tiempos del modernismo es fácil ver trillar de exhibición.
Los gorriones seguirán revoloteando entre los chopos y álamos, no podrán volver a picotear los granos de trigo a espaldas del parvón, intentando no ser vistos.
Seguirá escuchándose el dulce cantar del agua cuando acaricia los guijarros en la rivera a su paso al lado de las eras, pero solo quedara el recuerdo de las canciones que en el trillo aquellas tardes de sol se cantaban por los trilladores.
Esto paso durante varios siglos, con no pocos testigos, algunos muy representativos, es la espadaña de la Iglesia, o el teso la cantera, que vieron como después de pasar el frio de los inviernos, en los vellos campos lucio la primavera orgullosa su fuerza, pero todo es efímero y el verdor se volvió pajizo o color del oro en el caso del trigo.
Vuelven todos los años las cigüeñas a la torre de la Iglesia, no volverán a ver en tardes polvorientas el trajín de las eras.
El año dos mil trece los álamos de la orilla del Montoya, tuvieron el privilegio de ver como el labriego con muchos años a sus espaldas, pero año tras año con ilusión renovada, recogía los trates de la trilla, al cerrar el caseto ponía punto final a una etapa de varios cientos de años, la de la trilla.
El viejo burro pelicano estacado a un lado, cuando mordisqueaba las hierbas no sabía que estaba pasando a la historia por ser la última caballería que tirara de un trillo o una trilladora, con carácter de explotación, pues en estos tiempos del modernismo es fácil ver trillar de exhibición.
Los gorriones seguirán revoloteando entre los chopos y álamos, no podrán volver a picotear los granos de trigo a espaldas del parvón, intentando no ser vistos.
Seguirá escuchándose el dulce cantar del agua cuando acaricia los guijarros en la rivera a su paso al lado de las eras, pero solo quedara el recuerdo de las canciones que en el trillo aquellas tardes de sol se cantaban por los trilladores.