Eran las siete de la tarde del día veinticuatro de diciembre, la niebla había estado todo el día envolviendo la ciudad, acompañada de unas bajas temperaturas, por ello los arboles lucían en sus ramas la escarcha acumulada y prometía seguir aumentando.
La gente al caminar por las calles, parecían tener prisa y casi todos iban con grandes bolsas de las últimas compras para celebrar la Noche Buena.
Miguel era un niño de diez años, se encontraba parado a la orilla de una acera con una rosa que robara de un jardín, quería dejarla allí donde hacia unos meses cayera muerta su madre, no era la mejor madre, pero era su madre, que en los últimos tiempos había estado perdida en el alcohol, por ello vivían en una chabola a las afueras de la ciudad, y él quería de algún modo estar esta noche tan especial cerca de ella.
Permaneció unos minutos pensando en ella y en su destino, todo lo veía nebuloso y oscuro como la noche, él nunca había ido con bolsas grandes para casa, claro ni siquiera tenía casa ni madre, ni nada, varias lagrimas rodaron por su mejilla. Su madre decía que algún día le sonreiría la suerte, quizás algún día, el ya no sabía lo que era sonreír.
Recordó que tenía un mendrugo de pan en la chabola, sería su cena, al día siguiente la gente tiraría algunas sobras y podría comer.
Se limpio las lagrimas de la mejilla con la manga de la vieja chaqueta que encontrara en un contenedor y comenzó a caminar
La gente al caminar por las calles, parecían tener prisa y casi todos iban con grandes bolsas de las últimas compras para celebrar la Noche Buena.
Miguel era un niño de diez años, se encontraba parado a la orilla de una acera con una rosa que robara de un jardín, quería dejarla allí donde hacia unos meses cayera muerta su madre, no era la mejor madre, pero era su madre, que en los últimos tiempos había estado perdida en el alcohol, por ello vivían en una chabola a las afueras de la ciudad, y él quería de algún modo estar esta noche tan especial cerca de ella.
Permaneció unos minutos pensando en ella y en su destino, todo lo veía nebuloso y oscuro como la noche, él nunca había ido con bolsas grandes para casa, claro ni siquiera tenía casa ni madre, ni nada, varias lagrimas rodaron por su mejilla. Su madre decía que algún día le sonreiría la suerte, quizás algún día, el ya no sabía lo que era sonreír.
Recordó que tenía un mendrugo de pan en la chabola, sería su cena, al día siguiente la gente tiraría algunas sobras y podría comer.
Se limpio las lagrimas de la mejilla con la manga de la vieja chaqueta que encontrara en un contenedor y comenzó a caminar