Cuando las mañanas son mas perezosas, el sol no quiere subirse a lo alto para mandarnos el calor del verano y en la sierra de la culebra se escucha la berrea, en los campos de El Piñero, cerca de un zarzal el bastardo se mi oculto entre unas aujeras espera que los rayos del sol calienten su cuerpo.
Un día de estos cuando intuya que el sol se ha debilitado mas ya no saldrá de su hura, buscara en ella el sitio más adecuado para echar una larga siesta, se dormirá y permanecerá allí hasta la primavera.
Quizás si el veranillo de San Martin cumple su tradición, se desperece algún día de esas fechas y salga en las horas centrales del día, no muy lejos de su nido, aunque intente cazar le será difícil, pues sus movimientos son más lentos, solo si algún ratoncillo o pájaro despistado se acerca a sus proximidades.
Su cuerpo esta torpe y lento, tendrá que esperar a la primavera para ser un terrorífico bastardo, hábil en la caza y escurridizo en la huida de sus depredadores. Los campos sufrirán los rigores del invierno y cuando los primeros calores de la primavera hagan crecer a los nabrestos, amapolas, amagarzas, azuletes y multitud de hierbas en los lindones, será el momento para salir de su agujero y hacerse dueño de los alrededores donde se encuentra su zarzal.
En el largo sueño invernal tendra los recuerdos de su tatarabuela, la legendaria culebra del chivitero.
Un día de estos cuando intuya que el sol se ha debilitado mas ya no saldrá de su hura, buscara en ella el sitio más adecuado para echar una larga siesta, se dormirá y permanecerá allí hasta la primavera.
Quizás si el veranillo de San Martin cumple su tradición, se desperece algún día de esas fechas y salga en las horas centrales del día, no muy lejos de su nido, aunque intente cazar le será difícil, pues sus movimientos son más lentos, solo si algún ratoncillo o pájaro despistado se acerca a sus proximidades.
Su cuerpo esta torpe y lento, tendrá que esperar a la primavera para ser un terrorífico bastardo, hábil en la caza y escurridizo en la huida de sus depredadores. Los campos sufrirán los rigores del invierno y cuando los primeros calores de la primavera hagan crecer a los nabrestos, amapolas, amagarzas, azuletes y multitud de hierbas en los lindones, será el momento para salir de su agujero y hacerse dueño de los alrededores donde se encuentra su zarzal.
En el largo sueño invernal tendra los recuerdos de su tatarabuela, la legendaria culebra del chivitero.