En la Cantera un zorro estaba sentado esperando que llegara el momento para entrar en uno de los corrales, y estando allí dar el asalto al gallinero, todo lo tenía pensado, cuando sonaran las campanas de la Iglesia las gentes del pueblo irían a escuchar la Misa de gallo, el aprovecharía para hacer su fechoría, las ráfagas de viento hacían bailar a los copos que cada vez más intensamente se desprendían de las nubes, el pelaje espeso y apretado del raposo impedían que el frio y la humedad de los copos llegaran a su cuerpo.
Aulló varias veces, quería que sus congéneres supieran que él era el rey de la comarca y se mostraba impasible al frio y la tempestad.
Cuando lo creyó oportuno abandono su lugar de observación y a trote bajo el camino de la Cantera, correteo un poco por las eras, en las cuales ya se iban acumulando los copos de nieve, de un brinco cruzo el arroyuelo, que esta noche sus aguas parecían cantar un villancico al recién nacido.
Sus pasos se dirigieron por unos huertos y siguiendo, llego a una de las callejas, luego tomo al lado de unas espineras un sendero, ya apreciaba en los vientos el rico aroma de las gallinas….
Malaya. Nunca debió tomar ese camino bastante frecuentado por él para hacer sus correrías nocturnas, alguien se había fijado en su sendero y había colocado una trampa, ahora se encontraba preso por una pata, la cual le dolía enorme mente, pues un metal cual boca de perro apretaba su hueso y parecía que no tenía intención de soltar por más que él se revolcaba. Eso sí, cuanto más se movía mas aumentaba el dolor que sentía en su pata.
Intento serenarse y poder pensar cómo salir de aquel trance, que si oscura y fría era la noche, más oscuro, frio y triste veía su destino.
A lo lejos se escuchaba ladridos de algún perro y las gentes del pueblo salían de Misa, después de desearse feliz navidad se dirigían a sus casas.
Un granjero al ver que su perro estaba ladrando algo nervioso y quería salir por las traseras se cambio de su ropa de ir al oficio religioso y cogiendo la escopeta se dispuso a dar suelta al perro y seguirle a ver hasta donde se dirigía.
Las espineras evitaban que el viento fuera intenso, los copos de nieve se posaban en el camino suavemente.
Perro y su amo caminaron en la noche, el fino olfato del can los condujo hasta donde el desdichado permanecía preso, al verse descubierto quiso escapar pero le fue inútil el intento.
Aquel que hasta hacia poco se sentía el rey ahora era un amasijo de pelos rebozaos entre hierbas y barro, con unos ojos vidriosos, en los cuales se reflejaba la espadaña de la iglesia y muy cera de él la escopeta que el granjero se había echado a la cara para descerrajar sin duelo los dos cartuchos que en los cañones del arma se encontraban.
El pero estaba fijo mirando a su presa, esperaba el estruendo de los disparos acabara con el desdichado.
Unos largos segundos y el mejor amigo del hombre miro a su amo, este ya no apuntaba al raposo se había colgado la escopeta al hombro y extendió la mano para hacerle una caricia a su perro y a la vez que movía la cabeza decía, estas es una noche de paz y poniendo una bota sobre el cepo que sin duelo sujetaba al desdichado, con la otra apretó para liberar aquel que estaba preso.
Todo era silencio, el zorro tiro de su dolorida pata y corriendo a tres patas se predio entre las alamedas.
Las aguas del Montoya seguían con su suave discurrir cantado la melodía, Noche de Paz.
Aulló varias veces, quería que sus congéneres supieran que él era el rey de la comarca y se mostraba impasible al frio y la tempestad.
Cuando lo creyó oportuno abandono su lugar de observación y a trote bajo el camino de la Cantera, correteo un poco por las eras, en las cuales ya se iban acumulando los copos de nieve, de un brinco cruzo el arroyuelo, que esta noche sus aguas parecían cantar un villancico al recién nacido.
Sus pasos se dirigieron por unos huertos y siguiendo, llego a una de las callejas, luego tomo al lado de unas espineras un sendero, ya apreciaba en los vientos el rico aroma de las gallinas….
Malaya. Nunca debió tomar ese camino bastante frecuentado por él para hacer sus correrías nocturnas, alguien se había fijado en su sendero y había colocado una trampa, ahora se encontraba preso por una pata, la cual le dolía enorme mente, pues un metal cual boca de perro apretaba su hueso y parecía que no tenía intención de soltar por más que él se revolcaba. Eso sí, cuanto más se movía mas aumentaba el dolor que sentía en su pata.
Intento serenarse y poder pensar cómo salir de aquel trance, que si oscura y fría era la noche, más oscuro, frio y triste veía su destino.
A lo lejos se escuchaba ladridos de algún perro y las gentes del pueblo salían de Misa, después de desearse feliz navidad se dirigían a sus casas.
Un granjero al ver que su perro estaba ladrando algo nervioso y quería salir por las traseras se cambio de su ropa de ir al oficio religioso y cogiendo la escopeta se dispuso a dar suelta al perro y seguirle a ver hasta donde se dirigía.
Las espineras evitaban que el viento fuera intenso, los copos de nieve se posaban en el camino suavemente.
Perro y su amo caminaron en la noche, el fino olfato del can los condujo hasta donde el desdichado permanecía preso, al verse descubierto quiso escapar pero le fue inútil el intento.
Aquel que hasta hacia poco se sentía el rey ahora era un amasijo de pelos rebozaos entre hierbas y barro, con unos ojos vidriosos, en los cuales se reflejaba la espadaña de la iglesia y muy cera de él la escopeta que el granjero se había echado a la cara para descerrajar sin duelo los dos cartuchos que en los cañones del arma se encontraban.
El pero estaba fijo mirando a su presa, esperaba el estruendo de los disparos acabara con el desdichado.
Unos largos segundos y el mejor amigo del hombre miro a su amo, este ya no apuntaba al raposo se había colgado la escopeta al hombro y extendió la mano para hacerle una caricia a su perro y a la vez que movía la cabeza decía, estas es una noche de paz y poniendo una bota sobre el cepo que sin duelo sujetaba al desdichado, con la otra apretó para liberar aquel que estaba preso.
Todo era silencio, el zorro tiro de su dolorida pata y corriendo a tres patas se predio entre las alamedas.
Las aguas del Montoya seguían con su suave discurrir cantado la melodía, Noche de Paz.