EL PAÑUELO DE SEDA
El agua cristalina de aquel arroyuelo iba cantando alegremente una dulce canción, en las orillas parecía extenderse una alfombra verde, salpicada de florecillas en su mayoría eran blancas, rojas y amarillas.
Una niña que vivía cerca de allí, algunas tardes de primavera se acercaba al cauce para ver el discurrir del agua y contemplar los pececillos que en ella había.
También le llamaban la atención las libélulas que volaban de arriba abajo por la rivera.
Solía coger un ramito de flores de aquellas que adornaban la pradera.
La niña con sus ojitos vivaces y apretando un poco los dientes, contemplaba el espectáculo que la primavera le ofrecía.
Queriendo agradecer aquella belleza comenzó a echar florecillas a la corriente, lentamente se iban alejando.
Una vez término de soltar todas las flores, viendo un pañuelo de seda que tenía anudado en la muñeca lo lanzo al viento, para que en un lento vaivén fuera a posarse sobre las aguas.
Aquellas aguas que algún día llegarían al mar, fueron alejando las flores y el pañuelo de donde la niña se encontraba.
Vera, que es como se llama la niña, que en su haber contaba solamente siete lindas primaveras, cuando ya iba para casa, recordó que aquel pañuelo no podía perderlo, pues su mamá le dijo que era un recuerdo muy querido.
Se detuvo en el camino y pensó ir a buscar el pañuelo, viendo que el sol se despedía desde el horizonte, los arboles alargaban inmensamente su sombra y las florecillas se recogían para dormir, siguió caminando para casa.
Una lagrima surco su mejilla, al pensar que al día siguiente cuando volviera a buscar el pañuelo quizás ya no lo encontrara….
(Primera parte)
El agua cristalina de aquel arroyuelo iba cantando alegremente una dulce canción, en las orillas parecía extenderse una alfombra verde, salpicada de florecillas en su mayoría eran blancas, rojas y amarillas.
Una niña que vivía cerca de allí, algunas tardes de primavera se acercaba al cauce para ver el discurrir del agua y contemplar los pececillos que en ella había.
También le llamaban la atención las libélulas que volaban de arriba abajo por la rivera.
Solía coger un ramito de flores de aquellas que adornaban la pradera.
La niña con sus ojitos vivaces y apretando un poco los dientes, contemplaba el espectáculo que la primavera le ofrecía.
Queriendo agradecer aquella belleza comenzó a echar florecillas a la corriente, lentamente se iban alejando.
Una vez término de soltar todas las flores, viendo un pañuelo de seda que tenía anudado en la muñeca lo lanzo al viento, para que en un lento vaivén fuera a posarse sobre las aguas.
Aquellas aguas que algún día llegarían al mar, fueron alejando las flores y el pañuelo de donde la niña se encontraba.
Vera, que es como se llama la niña, que en su haber contaba solamente siete lindas primaveras, cuando ya iba para casa, recordó que aquel pañuelo no podía perderlo, pues su mamá le dijo que era un recuerdo muy querido.
Se detuvo en el camino y pensó ir a buscar el pañuelo, viendo que el sol se despedía desde el horizonte, los arboles alargaban inmensamente su sombra y las florecillas se recogían para dormir, siguió caminando para casa.
Una lagrima surco su mejilla, al pensar que al día siguiente cuando volviera a buscar el pañuelo quizás ya no lo encontrara….
(Primera parte)