Vuelta tras vuelta da el labriego con sus mulas en el pago de la Cruz del muerto. Ajeno era de lo que le sucedió al que allí yacía, desde doscientos años atrás. El terreno que ahora rompía el arado, bastó para dar sepultura al desdichado. Mil preguntas se hicieron sin poderlas contestar los lugareños, sobre aquel hombre que encontraron muerto con cuarenta puñaladas. De dónde procedía, qué motivos fueron la causa de aquel apuñalamiento despiadado. Quizás las estrellas y algún búho que montaba guardia en su atalaya en un pino, en la parte Norte de el Monruelo, fueron testigos de lo que sucedió aquella noche y escucharon los gritos de dolor cuando la daga se hundía repetidamente en el cuerpo. Los terrones se sintieron empapados de la abundante sangre que brotaba de las múltiples heridas, el corazón cesó de latir en aquel cuerpo.