En el viejo caseto, por debajo de la roida puerta. Un ratoncillo contempla como resbala el agua por las hierbas secas, que frondosas crecieron en primavera. Cuando los gorrioncillos que anidaban en el tejado, iban y venían afanosamente para dar de comer a su prole. En aquellos días se escuchaba el alegre trinar de los ruinseñores entre los chopos y álamos. Aguas arriba, unos trescientos metros. Donde cuentan que estuvo un molino de agua. En los días de primavera, una culebra bastardo, recta entre la maleza. Quedandó desposeída de la camisa. Ahora está en su letargo escondida en el hueco de entre dos piedras, ajena a las inclemencias del tiempo. El Montoya agradece la lluvia, aunque su cauce, toma color ocre. Por las aportaciones de los regatos. La carbonera ve pasar un transeúnte por el camino. El se cobija debajo de un paraguas. Cuenta más de setenta. Todavía recuerda, cuando en su juventud, veía llover sobre las peñas, en aquel pueblo, en la sala y la manca. Un día lluvioso de otoño se va, y la noche parirá otro día claro y luminoso.
Felicitaciones! Me encanta su modo de escribir.