Dice la canción: Era tan poco en la vida, tampoco que nada era. Allí no había ni clarines ni mujeres ataviadas con manton de Manila. Estaban en la noche el campo, las Encinas, el toro colorao, y enfrente un niño muy hombre que le late el corazón desbocado. En su mente, un montón de sueños y ganas de pisar el albero. Testificando, abajo el silencio y en lo alto la luna llena. El muchacho cita al toro de frente. Como se hacen las cosas de verdad. No le teme a nada, ni a la muerte que está acomodada entre las puntas de los pitones acaramelados del toro colorao. El toro también desafía levantando la testa. El niño se convierte en hombre, da dos pasos hacia adelante. En una mano armada la muleta, con la otra se suelta los botones de la camisa permitiendo que la luna se reflejen en el sudor de su pecho. Allí no está el colorado para que le pisen el terreno. Ni el torero para dar un paso atrás. Le desafía con el pecho donde brilla la luna. Momentos después yace en el suelo, él que soñaba con pisar el albero. Las astas del Colorao están teñidas de sangre, que sigue brotando del pecho donde se reflejaba la luna. Las encinas quisieran extender sus brazos y levantar el cuerpo de aquel muchacho que está olvidando su sueños. La luna siente miedo, se esconde detrás de un manto de nubes para cuando se vaya al toro. Bajar a darle un beso al niño que yace muerto. Componer su cuerpo, tomar su alma y alzarla al cielo. Que cien querubines toquen sus clarines y abran la puerta grande. Que otros cien Ángeles traen en hombros el alma de un niño muy hombre, que se enfrentó al toro fiero.