Un grupo de vecinos chamusca el cochino ante la mirada de varias personas.
Un grupo de vecinos chamusca el cochino ante la mirada de varias personas. Foto Chany
Fotos de la noticia
CHANY SEBASTIÁN La villa de Tábara aprovechó el fin de semana para recuperar una de las tradiciones más ancestrales del entorno de la Sierra de la Culebra: la matanza. La iniciativa estuvo promovida un año más por el cocinero tabarés Agustín de Dios Pernía que contó, para revivir la costumbre, con numerosos paisanos, niños, jóvenes y mayores que no quisieron perderse, unos el volver a tiempos pasados, y los otros aprender de las viejas tareas de sus ancestros: padres y abuelos.
Es invierno y como antaño se inicio la jornada con un buen trago de aguardiente a la vera de la lumbre de encina. Tras recoger la sangre para las «morcillas», el cerdo fue chamuscado, como manda la costumbre, utilizando las pajas de «encaño» de centeno.
El folclorista Alfredo Domínguez Prada, de Carbajales de Alba, fue el encargado de poner la mejor música tradicional de flauta y tamboril, mientras las mujeres, ataviadas con el traje típico fueron ofreciendo las ricas y sabrosas viandas. Vino de la tierra y productos del cerdo son alma, corazón y vida del invierno.
Antaño la matanza era la fiesta familiar más importante del año invitándose para la ocasión a los familiares más cercanos. El primer día se mataba el cerdo que una vez lavado se colgaba de una viga del «Corral Carretero» (abierto por una parte). La segunda jornada se centraba en deshacer el marrano, de gustándose las primeras hebras a la brasa; se preparaban los jamones y por la noche se cocía la manteca, para finalizar con los «Torriyones». La tercera jornada era la dedicada a elaborar los chorizos que se iban colgando en la propia cocina para su curado para, junto a los botillos y morcillas, ir secándose cogiendo el humo de la lumbre.
La realización de la matanza llenaba la despensa de productos que luego iban a abastecer a los campesinos durante todo el año: desde los segadores a los pastores sedentarios y trashumantes. En los últimos años, el envejecimiento de la población -la mayoría de los habitantes de Aliste, Tábara y Alba son jubilados-, las matanzas tradicionales han caído en picado, camino de su desaparición. La matanza exige mucho trabajo y los alistanos, tabareses y albarinos en muchos casos prefieren ya comprar el cerdo despiezado y mantener únicamente la tarea de hacer los chorizos.
Un grupo de vecinos chamusca el cochino ante la mirada de varias personas. Foto Chany
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CHANY SEBASTIÁN La villa de Tábara aprovechó el fin de semana para recuperar una de las tradiciones más ancestrales del entorno de la Sierra de la Culebra: la matanza. La iniciativa estuvo promovida un año más por el cocinero tabarés Agustín de Dios Pernía que contó, para revivir la costumbre, con numerosos paisanos, niños, jóvenes y mayores que no quisieron perderse, unos el volver a tiempos pasados, y los otros aprender de las viejas tareas de sus ancestros: padres y abuelos.
Es invierno y como antaño se inicio la jornada con un buen trago de aguardiente a la vera de la lumbre de encina. Tras recoger la sangre para las «morcillas», el cerdo fue chamuscado, como manda la costumbre, utilizando las pajas de «encaño» de centeno.
El folclorista Alfredo Domínguez Prada, de Carbajales de Alba, fue el encargado de poner la mejor música tradicional de flauta y tamboril, mientras las mujeres, ataviadas con el traje típico fueron ofreciendo las ricas y sabrosas viandas. Vino de la tierra y productos del cerdo son alma, corazón y vida del invierno.
Antaño la matanza era la fiesta familiar más importante del año invitándose para la ocasión a los familiares más cercanos. El primer día se mataba el cerdo que una vez lavado se colgaba de una viga del «Corral Carretero» (abierto por una parte). La segunda jornada se centraba en deshacer el marrano, de gustándose las primeras hebras a la brasa; se preparaban los jamones y por la noche se cocía la manteca, para finalizar con los «Torriyones». La tercera jornada era la dedicada a elaborar los chorizos que se iban colgando en la propia cocina para su curado para, junto a los botillos y morcillas, ir secándose cogiendo el humo de la lumbre.
La realización de la matanza llenaba la despensa de productos que luego iban a abastecer a los campesinos durante todo el año: desde los segadores a los pastores sedentarios y trashumantes. En los últimos años, el envejecimiento de la población -la mayoría de los habitantes de Aliste, Tábara y Alba son jubilados-, las matanzas tradicionales han caído en picado, camino de su desaparición. La matanza exige mucho trabajo y los alistanos, tabareses y albarinos en muchos casos prefieren ya comprar el cerdo despiezado y mantener únicamente la tarea de hacer los chorizos.