Vivir de la bellota
Fornillos de Fermoselle vende el fruto de encinas y alcornoques para conseguir ingresos «extra», además de usarlo para alimentar a los animales domésticos
19:44
José Álvarez muestra parte de la cosecha. Foto J. A. G.
MULTIMEDIA
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Rutas por Zamora
J. A. GARCÍA «Está la cosa tan escasa que hay que agarrarse a todo lo que se puede» expresa Margarita Pérez, alcaldesa pedánea de Fornillos de Fermoselle. En este caso a las oscuras bellotas de encina y de alcornoque, que se apañan con las mismas maneras que se estilan para las aceitunas, y casi por las mismas personas y con los mismos aparejos y apaños. Y, al igual que ocurre con las olivas, haciendo uso de los animales de carga.
Ángel García es uno de los vecinos de Fornillos de Fermoselle que aprovecha el resplandeciente día para recoger bellotas. A pesar de sus muchos años cabalga a lomos de una mula con porte de buen jinete, y lo hace cargando al hombro una artesanal escalera de madera y llevando en su mano derecha un largo palitroque, para golpear las ramas y echar abajo el producto de las encinas. Con la mano izquierda sujeta el ramal de la caballería que lo transporta, y que viste los típicos serones. «Voy hasta ahí adelante, a coger unas bellota» expresa un tanto eufórico. Completa la comitiva otra figura tradicional, un burro blanquecino, que ahora marcha de vacío pero que luego cargará en su lomo el saco de bellotas apañadas.
Las bellotas de encina y de alcornoque son adquiridas para la repoblación de estas especies en viveros o en otros escenarios particulares o comunales a los que se pretende forestar. El precio que reciben por ello «es de unos 45 céntimos el kilo». Pero también anima la recolección de este fruto la alimentación de los animales domésticos, que sienten verdadera adicción a las bellotas.
Ángel García, una vez que llega a los ámbitos de la encina elegida, un árbol de grueso fuste y de extraordinario ramaje, descarga el equipamiento y utiliza la escalera para alcanzar los primeros y robustos cañones del ejemplar. Encaramado a las frondas del ejemplar, se pierde entre el follaje y se desplaza como una ardilla echando al suelo cuantas bellotas se ponen al alcance de su cayada.
Está acompañado en la faena por Lorenzo Piriz, que maneja a pie de tierra el gran varal para azotar el ramaje con la suficiente fuerza como para que el suelo se vaya plagando de fruto. Las hermanas Tránsito y Nélida Magarzo son las encargadas de recoger cuanto aterriza de la centenaria encina.
También José Álvarez dedica parte de la jornada a la recogida de bellotas, que transporta en el todoterreno, porque apaña el fruto en una finca situada a la vera de la carretera que enlaza con Fermoselle. Para la limpieza utiliza la misma criba que le sirve para las aceitunas. Y es que, una vez trasladada a casa la cosecha debe quedar impoluta de toda maleza y seleccionada para tener la mejor presencia y calidad posible. El fruto lo deposita luego en cajas, como si fuera fruta de fino trato. Las bellotas de las encinas y de los alcornoques no solo despiertan el interés de las personas. La presencia de los jabalíes es evidente en los considerables jabatazos dejados por una y otra parte, justo debajo de los poderosos árboles.
Ángel García afirma con rotundidad que «las bellotas son el mejor alimento que hay para los animales domésticos». Alude a los cerdos de bellota para dar más peso a su argumento.
Los propios animales que andan por el campo cantan por si mismos el engolosinamiento que tienen por este manjar. Servando Laguno pastorea un rebaño de cabras que caminan como gacelas atraídas por el fruto de las encinas. Avanzan con paso ligero y allí donde puede se arremolinan bajo el árbol para dar cuenta de las bellotas caídas. Las más ágiles y osadas no dudan en buscar el ramaje o en encaramarse al mismo árbol para hacerse con el alimento si el tronco les permite la escalada. Laguno conoce a los animales de forma individualizada y habla de las cabras maduras como las que realmente dominan el arte de buscarse la vida con todas las garantías. También hay bellotas dulces. Son las elegidas por los dueños para el consumo familiar.
Fornillos de Fermoselle vende el fruto de encinas y alcornoques para conseguir ingresos «extra», además de usarlo para alimentar a los animales domésticos
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José Álvarez muestra parte de la cosecha. Foto J. A. G.
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J. A. GARCÍA «Está la cosa tan escasa que hay que agarrarse a todo lo que se puede» expresa Margarita Pérez, alcaldesa pedánea de Fornillos de Fermoselle. En este caso a las oscuras bellotas de encina y de alcornoque, que se apañan con las mismas maneras que se estilan para las aceitunas, y casi por las mismas personas y con los mismos aparejos y apaños. Y, al igual que ocurre con las olivas, haciendo uso de los animales de carga.
Ángel García es uno de los vecinos de Fornillos de Fermoselle que aprovecha el resplandeciente día para recoger bellotas. A pesar de sus muchos años cabalga a lomos de una mula con porte de buen jinete, y lo hace cargando al hombro una artesanal escalera de madera y llevando en su mano derecha un largo palitroque, para golpear las ramas y echar abajo el producto de las encinas. Con la mano izquierda sujeta el ramal de la caballería que lo transporta, y que viste los típicos serones. «Voy hasta ahí adelante, a coger unas bellota» expresa un tanto eufórico. Completa la comitiva otra figura tradicional, un burro blanquecino, que ahora marcha de vacío pero que luego cargará en su lomo el saco de bellotas apañadas.
Las bellotas de encina y de alcornoque son adquiridas para la repoblación de estas especies en viveros o en otros escenarios particulares o comunales a los que se pretende forestar. El precio que reciben por ello «es de unos 45 céntimos el kilo». Pero también anima la recolección de este fruto la alimentación de los animales domésticos, que sienten verdadera adicción a las bellotas.
Ángel García, una vez que llega a los ámbitos de la encina elegida, un árbol de grueso fuste y de extraordinario ramaje, descarga el equipamiento y utiliza la escalera para alcanzar los primeros y robustos cañones del ejemplar. Encaramado a las frondas del ejemplar, se pierde entre el follaje y se desplaza como una ardilla echando al suelo cuantas bellotas se ponen al alcance de su cayada.
Está acompañado en la faena por Lorenzo Piriz, que maneja a pie de tierra el gran varal para azotar el ramaje con la suficiente fuerza como para que el suelo se vaya plagando de fruto. Las hermanas Tránsito y Nélida Magarzo son las encargadas de recoger cuanto aterriza de la centenaria encina.
También José Álvarez dedica parte de la jornada a la recogida de bellotas, que transporta en el todoterreno, porque apaña el fruto en una finca situada a la vera de la carretera que enlaza con Fermoselle. Para la limpieza utiliza la misma criba que le sirve para las aceitunas. Y es que, una vez trasladada a casa la cosecha debe quedar impoluta de toda maleza y seleccionada para tener la mejor presencia y calidad posible. El fruto lo deposita luego en cajas, como si fuera fruta de fino trato. Las bellotas de las encinas y de los alcornoques no solo despiertan el interés de las personas. La presencia de los jabalíes es evidente en los considerables jabatazos dejados por una y otra parte, justo debajo de los poderosos árboles.
Ángel García afirma con rotundidad que «las bellotas son el mejor alimento que hay para los animales domésticos». Alude a los cerdos de bellota para dar más peso a su argumento.
Los propios animales que andan por el campo cantan por si mismos el engolosinamiento que tienen por este manjar. Servando Laguno pastorea un rebaño de cabras que caminan como gacelas atraídas por el fruto de las encinas. Avanzan con paso ligero y allí donde puede se arremolinan bajo el árbol para dar cuenta de las bellotas caídas. Las más ágiles y osadas no dudan en buscar el ramaje o en encaramarse al mismo árbol para hacerse con el alimento si el tronco les permite la escalada. Laguno conoce a los animales de forma individualizada y habla de las cabras maduras como las que realmente dominan el arte de buscarse la vida con todas las garantías. También hay bellotas dulces. Son las elegidas por los dueños para el consumo familiar.