Nun concello desta ínclita provincia, fará uns cinco ou seis anos, colocaron no Taller de Bordados un emblema da Longa Noite de Pedra, que xa fora quitado dalí na transición. Daquela saíu este meu artigo no diario provincial, que me valeu unha forte discusión con aquel rexidor, nun ágape na Deputación.
"Allí estaban el yugo y las flechas. Él, acostado, en posición de descanso, cansado ya de tantas humillaciones. Ellas, de pie, en perfecta formación.
Para sus infantiles ojos formaban un todo indisoluble. El yugo y las flechas. La taza y la cuchara. El martillo y el clavo. La maza y la cuña. La hoz y los dediles...
¿El yugo y las flechas?
Tal vez en un pasado remoto hubiera servido el yugo para disparar las flechas. De los forzudos guerreros puede esperarse hazaña tal.
¿Y Cupido? No. No se le ve a Cupido tan fornido como para sujetar el yugo con la izquierda, mientras tensa la cornal con la derecha.
Puede que en lugar de lanzarse flechas con el yugo y las cornales, se lanzaran aguijadas. ¿Y para qué?
Creció, aunque más bien poco. Tenía diez años.
Con el abuelo vigilando la derechura de los surcos, allí estaba el yugo; y las cornales; y el sobeo, la Garbosa, la Macarena, el arado y la aguijada. ¿Y las flechas? ¿Dónde "carallo" estarían las flechas?
Desde la cabecera del surco que estaba trazando aquel cuerpo diminuto, el abuelo no paraba de ciscar sentencias:
--Ara, Garbosa, ara. Anda, bonita. Más derecho, Filipín. Más derecho, no te tuerzas...
Pasaba de vez en cuando aquella colilla de librito y cuarterón de un canto de la boca al otro, sin parar de hablar sus octogenarios labios:
--Ahí abajo, en la cuneta de la carretera, hubo que enterrar de concejo al "Sete Chaquetas". Ellos escarbaron un poco, y sólo le echaron unas piedras encima.
Tiraba de la boina para atrás, rascándose la frente.
--Vuelve, Macarena, vuelve... Porque tenía en el fardel una carta de un familiar en portugués, esos de camisa azul con el yugo y las flechas en el bolsillo dijeron que era un espía, y le dieron pasaporte. Por las noches relumbraban los fuegos fatuos. Hubo que enterrarlo de concejo.
Las flechas. Ahí estaban las flechas. El yugo y las flechas que tú bordaste en rojo ayer. Pero disparaban con bala. No necesitaban el yugo.
En el taller de bordados. Allí vuelve a estar ese emblema, cual blasfemia encaramada en lo más alto.
¿Para qué las flechas? Basta con el yugo.
La testuz del regidor bajo una de las gamellas. En la otra su teniente. Bien amarrados al yugo por las cornales. Desde el yugo a la blasfemia, una soga. Y una aguijada en sus nalgas:
--Arre, señor Regidor, arre.
Y algún día, para conmemorar la más alta estupidez humana, se colocará una veleta en la torre. El mejor de los emblemas para tan insignes ediles."
"Allí estaban el yugo y las flechas. Él, acostado, en posición de descanso, cansado ya de tantas humillaciones. Ellas, de pie, en perfecta formación.
Para sus infantiles ojos formaban un todo indisoluble. El yugo y las flechas. La taza y la cuchara. El martillo y el clavo. La maza y la cuña. La hoz y los dediles...
¿El yugo y las flechas?
Tal vez en un pasado remoto hubiera servido el yugo para disparar las flechas. De los forzudos guerreros puede esperarse hazaña tal.
¿Y Cupido? No. No se le ve a Cupido tan fornido como para sujetar el yugo con la izquierda, mientras tensa la cornal con la derecha.
Puede que en lugar de lanzarse flechas con el yugo y las cornales, se lanzaran aguijadas. ¿Y para qué?
Creció, aunque más bien poco. Tenía diez años.
Con el abuelo vigilando la derechura de los surcos, allí estaba el yugo; y las cornales; y el sobeo, la Garbosa, la Macarena, el arado y la aguijada. ¿Y las flechas? ¿Dónde "carallo" estarían las flechas?
Desde la cabecera del surco que estaba trazando aquel cuerpo diminuto, el abuelo no paraba de ciscar sentencias:
--Ara, Garbosa, ara. Anda, bonita. Más derecho, Filipín. Más derecho, no te tuerzas...
Pasaba de vez en cuando aquella colilla de librito y cuarterón de un canto de la boca al otro, sin parar de hablar sus octogenarios labios:
--Ahí abajo, en la cuneta de la carretera, hubo que enterrar de concejo al "Sete Chaquetas". Ellos escarbaron un poco, y sólo le echaron unas piedras encima.
Tiraba de la boina para atrás, rascándose la frente.
--Vuelve, Macarena, vuelve... Porque tenía en el fardel una carta de un familiar en portugués, esos de camisa azul con el yugo y las flechas en el bolsillo dijeron que era un espía, y le dieron pasaporte. Por las noches relumbraban los fuegos fatuos. Hubo que enterrarlo de concejo.
Las flechas. Ahí estaban las flechas. El yugo y las flechas que tú bordaste en rojo ayer. Pero disparaban con bala. No necesitaban el yugo.
En el taller de bordados. Allí vuelve a estar ese emblema, cual blasfemia encaramada en lo más alto.
¿Para qué las flechas? Basta con el yugo.
La testuz del regidor bajo una de las gamellas. En la otra su teniente. Bien amarrados al yugo por las cornales. Desde el yugo a la blasfemia, una soga. Y una aguijada en sus nalgas:
--Arre, señor Regidor, arre.
Y algún día, para conmemorar la más alta estupidez humana, se colocará una veleta en la torre. El mejor de los emblemas para tan insignes ediles."