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LUBIAN: El cuco, desde que nace, propende a la soledad, rehúye...

El cuco, desde que nace, propende a la soledad, rehúye la compañía, aspira a ser único. Intuye tal vez que, de tener que compartir la comida acarreada por su tutora, su ración sería insuficiente.
El egoísmo de este pájaro es muy cerrado. A veces, cuando los cucos en disposición de puesta son varios y los hogares donde hospedar a sus hijos limitados, hay dos que ponen su huevo en el mismo nido y en el mismo día. La eclosión de los pájaros es, pues, simultánea. Entonces se desencadena un duelo a muerte entre los dos polluelos, que luchan por adueñarse del espacio vital. Ambos quieren para sí el nido entero y los halagos en exclusiva de la nodriza de quien dependen.
De esta lucha sale un vencedor, el más vigoroso. Como se ve, en cualquier circunstancia, los pollos de cuco recién nacidos son exclusivistas, no están dispuestos a compartir la pensión con nadie. Seguramente se atienen a una ley natural que vela por la conservación de la especie, ya que ninguno de los minúsculos insectívoros de quienes dependen tendría energías para alimentar dos pollos al mismo tiempo.
Desde mi escondite de la higuera asistí, como digo, al crecimiento del cuco a costa de los desvelos del petirrojo. El pollo pelechaba deprisa, encorpaba a ojos vistas y, en pocos días, llegó a ser de triple tamaño que su tutor, y resultaba un espectáculo entre cómico y repugnante ver a éste, encaramado en el hombro de su pupilo, ofreciéndole pico a pico el bocado que había logrado conquistar.
En esta fase, el cuco, con un plumón aparente y los ojos vivos y sagaces, observaba cuanto ocurría a su alrededor.
En ocasiones, cansado de las idas y venidas del petirrojo, yo salía de entre el follaje de la higuera y hostigaba al pájaro con una paja. El joven cuco se irritaba conmigo y me bufaba como un gato. Para mí, su enojo comportaba una satisfacción, pues no puedo ocultar que veía con verdadera antipatía este acto de parasitismo.
A las tres semanas de su nacimiento, el cuco, completamente emplumado, aparentaba estar ya en condiciones de volar. Una tarde, Pancho, mi yerno, en su visita vespertina, encontró el nido vacío, pero cuando se retiraba por la huerta hacia la carretera, vio revolotear algo en la cuadrícula de cebollas: era el cuco.
Después de muchos intentos logró dejarlo de nuevo en el nido pero, a la mañana siguiente, el pájaro había volado definitivamente.