Nunca había visto nada como aquello en sitio alguno, ni siquiera en las reuniones eclesiásticas de Astorga o Mondoñedo.
Los primeros platos con que comenzamos fueron: jamón de Jabugo, jureles de Cariño, queso manchego, asado de vaca, carnero asado, aves silvestres, lomo del oso de Santigoso y empanada de zamburiñas. Además, salsas variadas, hortalizas, frituras diversas, conservas, manteca, calabaza, latas de ostras y sardinas procedentes de los mares de Oriente.
Para beber, había en todas las mesas un tonel de vino, cubos enteros de cerveza alemana y hasta botellas de champaña traídas de la vecina y afamada tienda de comestibles.
Cuando todos se hubieron llenado el estómago, los que todavía podían sostenerse en pie iniciaron una gran danza colectiva. Hubo pasodobles, valses, minuetos, chotis, paquitos chocolateros y otros bailes parecidos. Advertí que los hombres no tenían escrúpulos en abrazar a sus compañeras y esposas.
Primero violín y acordeón, pero a eso de la una llegó la banda de Zamora, y la danza se animó todavía más. Nunca hubiera imaginado que los derrengados pudieran mover el esqueleto de aquella manera, pero el médico de Galende dijo que ello dependía de la fuerza que les imbuyeran los manjares.
En un par de intervalos, el Coro de los Niños Cantores de Viena y otro de origen galés cantaron varias habaneras, y muy bien por cierto.
Nadie se recataba en saciarse de cubatas, vino, cerveza y chupitos de todos los géneros, pero no se provocó camorra alguna. Exceptuaré a un grupo de jodidos niños que, jugando al escondite, derribaron una mesa llena de vituallas, alcanzando a un hombre muy anciano y barbudo. Levantóse algo ofuscado, pero sin otro daño grave que la mandíbula completamente dislocada de la risa que le daba. Y, cogiendo el hueso de uno de los jamones previamente devorado, lanzólo y alcanzó en la misma nuca a un rapazuelo a quien todos le dijeron que llegaría lejos, por las muchas blasfemias que pronunció con muy buena oratoria. Varias personas se levantaron para felicitarle.
Al anciano le dieron otro jarro de cerveza y se lo llevaron al Hospitalillo, donde le encajaron la mandíbula a la segunda hostia de una delicada enfermera.
A las tres nos dieron un refrigerio consistente en helados de cucurucho, roscón de reyes, nueces y bellotas, vieiras, bogavante y carabineros, todo acompañado de bebidas afrodisíacas.
Reanudóse el baile con la Filarmónica de Chicago, y duró hasta la seis, cuando salieron para cantar los Reyes por las puertas de este pueblo y del vecino Chanos. Pero mis hijas dijeron que para su pequeño papá ya había llegado la hora de acostarse, y me mandaron a la cama.
Hacía una hermosa noche, aunque el aire era penetrantemente gélido. Titilaban las estrellas en el cielo, guiñándome los ojos. Bajo mis pies, la seca nieve estaba muy resbaladiza para mi riguroso y marcial desfile hacia las sábanas blancas.
¡Qué agradable la vida en nuestra invernía rural, lejos del mundanal ruido y de esas bacanales que se dan en las grandes ciudades! A nosotros nos basta con cuatro minucias de nada.
Los primeros platos con que comenzamos fueron: jamón de Jabugo, jureles de Cariño, queso manchego, asado de vaca, carnero asado, aves silvestres, lomo del oso de Santigoso y empanada de zamburiñas. Además, salsas variadas, hortalizas, frituras diversas, conservas, manteca, calabaza, latas de ostras y sardinas procedentes de los mares de Oriente.
Para beber, había en todas las mesas un tonel de vino, cubos enteros de cerveza alemana y hasta botellas de champaña traídas de la vecina y afamada tienda de comestibles.
Cuando todos se hubieron llenado el estómago, los que todavía podían sostenerse en pie iniciaron una gran danza colectiva. Hubo pasodobles, valses, minuetos, chotis, paquitos chocolateros y otros bailes parecidos. Advertí que los hombres no tenían escrúpulos en abrazar a sus compañeras y esposas.
Primero violín y acordeón, pero a eso de la una llegó la banda de Zamora, y la danza se animó todavía más. Nunca hubiera imaginado que los derrengados pudieran mover el esqueleto de aquella manera, pero el médico de Galende dijo que ello dependía de la fuerza que les imbuyeran los manjares.
En un par de intervalos, el Coro de los Niños Cantores de Viena y otro de origen galés cantaron varias habaneras, y muy bien por cierto.
Nadie se recataba en saciarse de cubatas, vino, cerveza y chupitos de todos los géneros, pero no se provocó camorra alguna. Exceptuaré a un grupo de jodidos niños que, jugando al escondite, derribaron una mesa llena de vituallas, alcanzando a un hombre muy anciano y barbudo. Levantóse algo ofuscado, pero sin otro daño grave que la mandíbula completamente dislocada de la risa que le daba. Y, cogiendo el hueso de uno de los jamones previamente devorado, lanzólo y alcanzó en la misma nuca a un rapazuelo a quien todos le dijeron que llegaría lejos, por las muchas blasfemias que pronunció con muy buena oratoria. Varias personas se levantaron para felicitarle.
Al anciano le dieron otro jarro de cerveza y se lo llevaron al Hospitalillo, donde le encajaron la mandíbula a la segunda hostia de una delicada enfermera.
A las tres nos dieron un refrigerio consistente en helados de cucurucho, roscón de reyes, nueces y bellotas, vieiras, bogavante y carabineros, todo acompañado de bebidas afrodisíacas.
Reanudóse el baile con la Filarmónica de Chicago, y duró hasta la seis, cuando salieron para cantar los Reyes por las puertas de este pueblo y del vecino Chanos. Pero mis hijas dijeron que para su pequeño papá ya había llegado la hora de acostarse, y me mandaron a la cama.
Hacía una hermosa noche, aunque el aire era penetrantemente gélido. Titilaban las estrellas en el cielo, guiñándome los ojos. Bajo mis pies, la seca nieve estaba muy resbaladiza para mi riguroso y marcial desfile hacia las sábanas blancas.
¡Qué agradable la vida en nuestra invernía rural, lejos del mundanal ruido y de esas bacanales que se dan en las grandes ciudades! A nosotros nos basta con cuatro minucias de nada.
Sinor Romerales: Eu tambéin istou de acordo co amigo Piño, menuda comida, más le recordo que leven coidado, por la Ley de protección de animales, de ser verdad los lomos del oso tendrían una buena multa. Agora según me dice o padre, parece que el sinor debe de ser de los nuestros,- ¿Por qué padre?-Munto sencillo, nahún veis que el sinor Romerales es militar,-iso xa o sei,-pois él igual que nos os curas sempre nos gustou comer béin,-qué pensas que eu me quedo atrás,-xa o sei Zé, pois tú sempre o tibeste más fácil o traballr de camareiro tudo te pasaba por a mahún.
Unha aperta.
Unha aperta.
Pois sí, señor Zé das Carvalhas. O oso debe de estar protexido. Pero algunha excepción hai que facer ás veces.
Un día houbo un xantar na "Casa do Cura" de Hermisende con xente da cultura galega, promovido pola Universidade de Vigo. Eu fun o encargado de encargalo.
Entre os comensais ía estar o premio nacional de literatura, Méndez Ferrín, quen hoxe é presidente da Real Academia Galega.
Sabendo cánto lle gustan as troitas de río, e sendo as do Tuela extraordinarias, pedinlle ao restaurador que conseguira dúas para o noso principal convidado, índa sabendo que non era temporada de pesca.
Na excelente comida, entre prato e prato, chegou o camareiro con aquelas dúas troitas fritidas en grasa de touciño. Eu aceneille cos ollos, e colocounas frente a Méndez Ferrín.
O gran escritor ollou para as troitas primeiro, e logo para todos nós, negándose a admitir o que considerou un inxusto privilexio.
Daquela entrou o restaurador, e tróuxonos outras dúas troitas do Tuela para cada un dos vintetantos comensáis. Comimos ata o touciño fritido no que fritiran aquel manxar tan delicioso.
Chameino á parte, e Carlos máis eu falamos deste xeito:
--Pero home de Dios, non sabías de onde sacar dúas troitas do río, e vas e apareces con medio cento delas..., que nos meten na cadea!
--Bueno, carallo. A min facilitoumas un pescador da Moimenta, e colleunas no noso río, pero xa en Portugal.
E digo eu... A ver se foi o Zé o tal pescador...!
Por outra banda, consultadas as normas, parece ser que en Santigoso o oso non está protexido. A súa carne resultou moi afrodisíaca. Coa súa sona, non podía ser doutro xeito.
Un día houbo un xantar na "Casa do Cura" de Hermisende con xente da cultura galega, promovido pola Universidade de Vigo. Eu fun o encargado de encargalo.
Entre os comensais ía estar o premio nacional de literatura, Méndez Ferrín, quen hoxe é presidente da Real Academia Galega.
Sabendo cánto lle gustan as troitas de río, e sendo as do Tuela extraordinarias, pedinlle ao restaurador que conseguira dúas para o noso principal convidado, índa sabendo que non era temporada de pesca.
Na excelente comida, entre prato e prato, chegou o camareiro con aquelas dúas troitas fritidas en grasa de touciño. Eu aceneille cos ollos, e colocounas frente a Méndez Ferrín.
O gran escritor ollou para as troitas primeiro, e logo para todos nós, negándose a admitir o que considerou un inxusto privilexio.
Daquela entrou o restaurador, e tróuxonos outras dúas troitas do Tuela para cada un dos vintetantos comensáis. Comimos ata o touciño fritido no que fritiran aquel manxar tan delicioso.
Chameino á parte, e Carlos máis eu falamos deste xeito:
--Pero home de Dios, non sabías de onde sacar dúas troitas do río, e vas e apareces con medio cento delas..., que nos meten na cadea!
--Bueno, carallo. A min facilitoumas un pescador da Moimenta, e colleunas no noso río, pero xa en Portugal.
E digo eu... A ver se foi o Zé o tal pescador...!
Por outra banda, consultadas as normas, parece ser que en Santigoso o oso non está protexido. A súa carne resultou moi afrodisíaca. Coa súa sona, non podía ser doutro xeito.