El capitán Burguillos presumía de empedernido lector de toda la literatura anglosajona.
Pero aquella mañana, solos los dos en la oficina, capitán y sargento, él estaba muy poco hablador. Se entretenía con la escalilla de oficiales y un rotulador de punta gorda, con el que había tachado un nombre, utilizando también el cartabón como guía. Decía que no quería ascender a comandante, porque en su próxima jubilación perdería un pico de la pensión, al no computar los muchos trienios de oficial.
Después me metió prisa con el trabajo que yo estaba haciendo. Tenía que firmarlo, y quería irse a tomar unas tapas en el bar de los oficiales cuanto antes.
Mientras tecleaba mi olivetti, quise darle conversación sobre la literatura que tanto le apasionaba:
--Mi capitán, ¿Le gusta Thackeray?
--No sé. Nunca he probado esa tapa --contestó con gran sinceridad y cortesía.
Pasado el tiempo, encontré una interesante muestra de su biblioteca sobre su mesa: la colección completa de Marcial Lafuente Estefanía.
Pero aquella mañana, solos los dos en la oficina, capitán y sargento, él estaba muy poco hablador. Se entretenía con la escalilla de oficiales y un rotulador de punta gorda, con el que había tachado un nombre, utilizando también el cartabón como guía. Decía que no quería ascender a comandante, porque en su próxima jubilación perdería un pico de la pensión, al no computar los muchos trienios de oficial.
Después me metió prisa con el trabajo que yo estaba haciendo. Tenía que firmarlo, y quería irse a tomar unas tapas en el bar de los oficiales cuanto antes.
Mientras tecleaba mi olivetti, quise darle conversación sobre la literatura que tanto le apasionaba:
--Mi capitán, ¿Le gusta Thackeray?
--No sé. Nunca he probado esa tapa --contestó con gran sinceridad y cortesía.
Pasado el tiempo, encontré una interesante muestra de su biblioteca sobre su mesa: la colección completa de Marcial Lafuente Estefanía.