Una mula solitaria tiraba del tranvía, y a veces lo descarrilaba, en cuya coyuntura bajaban del torpe carromato sus pasajeros y ayudaban a volverlo a encarrilar.
Realmente era justo que tuvieran deferencias de esta naturaleza para con él, pues era el tranvía un vehículo amable y poco exigente. Así, podía una señora silbarle desde la ventana del piso segundo de su casa, y bastaba esto para que el tranvía aguardase mientras la dama cerraba la ventana, se ponía sombrero y abrigo, bajaba la escalera, encontraba el paraguas, le decía a la "chica" lo que había de preparar para la cena y salía de la casa.
Los pasajeros que viajaban en el tranvía no hacían objeción alguna a esta galantería del vehículo; esperaban para ellos igual gentileza cuando llegara la ocasión.
Cuando el tiempo era bueno, la mula caminaba una legua en algo menos de una hora, a no ser que fueran las paradas especialmente largas; mas cuando apareció el tranvía eléctrico, que recorría una legua en diez minutos, y aún en menos, ya no pudo esperar a nadie. Ni aguantaran tal cosa sus pasajeros, pues cuanto más de prisa eran transportados, menos tiempo libre parecía quedarles.
En Lubián apareció un buen día el tren con máquina de vapor, que dejaba los túneles expulsando humo largo rato, cual empedernidos fumadores de partagás. Llegaron poco después los ómnibus, ferrobuses, expresos, el TAF, el TER, el TALGO, los ALVIA,...
En tiempos, cuando aún no habían surgido esos mortíferos aparatos que les llevaran a desaforada velocidad año tras año de sus apresuradas vidas, cuando no tenían aún teléfonos móviles --cuya ausencia era también antaño, en no escaso grado, responsable de que la gente dispusiera de más ocio--, entonces la gente tenía tiempo sobrado para todo; para pensar, para hablar, para escribir, para leer y para esperar a una señora.
Ahora, con la llegada del AVE, tal vez no nos quede ni un segundo disponible ni para una feliz deposición.
A veces sientes el impulso irresistible de ordenar ¡media vuelta, ar!
Realmente era justo que tuvieran deferencias de esta naturaleza para con él, pues era el tranvía un vehículo amable y poco exigente. Así, podía una señora silbarle desde la ventana del piso segundo de su casa, y bastaba esto para que el tranvía aguardase mientras la dama cerraba la ventana, se ponía sombrero y abrigo, bajaba la escalera, encontraba el paraguas, le decía a la "chica" lo que había de preparar para la cena y salía de la casa.
Los pasajeros que viajaban en el tranvía no hacían objeción alguna a esta galantería del vehículo; esperaban para ellos igual gentileza cuando llegara la ocasión.
Cuando el tiempo era bueno, la mula caminaba una legua en algo menos de una hora, a no ser que fueran las paradas especialmente largas; mas cuando apareció el tranvía eléctrico, que recorría una legua en diez minutos, y aún en menos, ya no pudo esperar a nadie. Ni aguantaran tal cosa sus pasajeros, pues cuanto más de prisa eran transportados, menos tiempo libre parecía quedarles.
En Lubián apareció un buen día el tren con máquina de vapor, que dejaba los túneles expulsando humo largo rato, cual empedernidos fumadores de partagás. Llegaron poco después los ómnibus, ferrobuses, expresos, el TAF, el TER, el TALGO, los ALVIA,...
En tiempos, cuando aún no habían surgido esos mortíferos aparatos que les llevaran a desaforada velocidad año tras año de sus apresuradas vidas, cuando no tenían aún teléfonos móviles --cuya ausencia era también antaño, en no escaso grado, responsable de que la gente dispusiera de más ocio--, entonces la gente tenía tiempo sobrado para todo; para pensar, para hablar, para escribir, para leer y para esperar a una señora.
Ahora, con la llegada del AVE, tal vez no nos quede ni un segundo disponible ni para una feliz deposición.
A veces sientes el impulso irresistible de ordenar ¡media vuelta, ar!