En los sistemas políticos notará usted siempre que todos los grados de la jerarquía reflejan en tamaños diversos el tipo de la jerarquía más alta. Si hay un Rey que reina y no gobierna, todas las demás autoridades mandarán y no gobernarán tampoco; y el gobierno real y positivo residirá en las más escondidas covachuelas administrativas, a cargo de seres anónimos.
Si hay dos partidos que turnen, todas las ciudades, villas, pueblos, aldeas, lugares y aún caseríos, tendrán su correspondiente turno.
Este servidor de la Patria recuerda que en mi pueblo se llevaba con tanto rigor el sistema, que turnaban hasta los dos barberos que había. El de la oposición se veía obligado a cerrar temporalmente el establecimiento y a dedicarse a otro oficio; el de la derecha tenía que limpiar letrinas, y el de la izquierda alimentar cerdos, que eran las otras cosas que ambos sabían hacer.
--Y ¿cuál de los dos era el mejor barbero?-- me preguntaría el señor Prat con la curiosidad extremeña que se le despierta siempre que oye hablar de las cosas de la vida vulgar, de las que él está en mantillas.
--Este servidor de la Patria y de ustedes no lo sabe --tendría que contestarle-- porque no he dejado nunca que nadie me afeite, y aún llevo la primera barba que me salió; pero la gente decía que el tío Pasionaria manejaba la navaja como una hoz, y que cuando se ponía a descañonar, más que barbero parecía segador metido en faena. En cuanto al compadre Paquito, el Chocolatero, su radicalismo le hacía más temible.
De él se contaba un chascarrillo quizá inventado por sus adversarios, a juzgar por la mala intención. Decían que cuando empuñaba la navaja, todos los gatos del pueblo entraban en la barbería, e inquietos maullaban a su alrededor como si en lugar de ver a un barbero afeitando a un vecino, vieran a un cocinero desollando a un conejo. El paciente parroquiano preguntaba la razón de aquellos maullidos, y el compadre Francisco contestaba entonces con gran flema: "No se asuste usted, amigo; es que están esperando que caiga alguna piltrafa..."
Lo que yo querría decirle a usted, señor Amador, además de que cuando vaya al barbero lo sujete por sus gónadas, también llamados perendengues, es que un hombre puede mucho cuando expone ideas que influyen con el tiempo para cambiar los rumbos de la sociedad, y no puede nada cuando pretende reformar con su acción aislada lo que es malo por culpa de todos.
Si hay dos partidos que turnen, todas las ciudades, villas, pueblos, aldeas, lugares y aún caseríos, tendrán su correspondiente turno.
Este servidor de la Patria recuerda que en mi pueblo se llevaba con tanto rigor el sistema, que turnaban hasta los dos barberos que había. El de la oposición se veía obligado a cerrar temporalmente el establecimiento y a dedicarse a otro oficio; el de la derecha tenía que limpiar letrinas, y el de la izquierda alimentar cerdos, que eran las otras cosas que ambos sabían hacer.
--Y ¿cuál de los dos era el mejor barbero?-- me preguntaría el señor Prat con la curiosidad extremeña que se le despierta siempre que oye hablar de las cosas de la vida vulgar, de las que él está en mantillas.
--Este servidor de la Patria y de ustedes no lo sabe --tendría que contestarle-- porque no he dejado nunca que nadie me afeite, y aún llevo la primera barba que me salió; pero la gente decía que el tío Pasionaria manejaba la navaja como una hoz, y que cuando se ponía a descañonar, más que barbero parecía segador metido en faena. En cuanto al compadre Paquito, el Chocolatero, su radicalismo le hacía más temible.
De él se contaba un chascarrillo quizá inventado por sus adversarios, a juzgar por la mala intención. Decían que cuando empuñaba la navaja, todos los gatos del pueblo entraban en la barbería, e inquietos maullaban a su alrededor como si en lugar de ver a un barbero afeitando a un vecino, vieran a un cocinero desollando a un conejo. El paciente parroquiano preguntaba la razón de aquellos maullidos, y el compadre Francisco contestaba entonces con gran flema: "No se asuste usted, amigo; es que están esperando que caiga alguna piltrafa..."
Lo que yo querría decirle a usted, señor Amador, además de que cuando vaya al barbero lo sujete por sus gónadas, también llamados perendengues, es que un hombre puede mucho cuando expone ideas que influyen con el tiempo para cambiar los rumbos de la sociedad, y no puede nada cuando pretende reformar con su acción aislada lo que es malo por culpa de todos.