Antes de llegar a esa
catedral, el plato de sopa que nos encalomamos entraba como un vino en la
Plaza Mayor de
Salamanca, de superior. Y al salir de ella nos vimos rodeados por un surtido de delicias de marrano, cada una de una parte distinta del pobre animal, pero a cual más apetitosa. Aquellas
fuentes de carne parecían tascas del
barrio viejo de alguna ciudad especializadas cada una en un pincho distinto. El tocino
cocido parecía una ración de anchoas de
Santoña, el entrepuesto era como un pincho
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