Pepeta oyó que la llamaban. En la puerta de
una escalerilla le hacía señas una buena moza, despechugada,
fea, sin otro encanto que el de una juventud
próxima a desaparecer: los ojos húmedos, el
moño torcido, y en las mejillas manchas de colorete
de la noche anterior: una caricatura, un payaso del
vicio. Esta no es una ermita, es la iglesia de Fuentesecas, Fuentes para los malvariscos.