Pepeta, insensible a este despertar, que presenciaba
diariamente, seguía su marcha, cada vez
con más prisa, el estómago vacío, las piernas doloridas
y las ropas interiores impregnadas de un sudor
de debilidad propio de su sangre blanca y pobre, que
a lo mejor se escapaba durante semanas enteras,
contraviniendo las reglas de la Naturaleza.