Para protegernos de los topetazos que nos pudiera dar, al meterla o sacarla de la cuadra, teníamos un tablón que iba de lado a lado del corral. Lo que pasa es que era verlo, la vaca, y volverse loca. Huía del tablón como alma que lleva el diablo. Hasta que, un día, saltó para la casa de al lado, donde un vecino cebaba marranos. Tuvimos que entrar, sin alborotar a los marranos más de lo que ya estaban, para recoger la vaca y devolverla a los chiqueros. Cuando la agarramos, le pusimos la manos en la tapia y, empujándole en el culo, la devolvimos a su sitio.