CRÓNICAS DE UN PUEBLO
Como resulta que de casta le viene al galgo y que honra merece quien bien se parece, no es de extrañar que a Miguel y a Charo, los hijos le hayan salido bien comedoricos. Del mayor no me han contado ninguna, aunque seguro que algo habrá por ahí, pero de lo comisquín que es el pequeño, si que puedo dar fe (mejor darle fe que darle de comer, ¡ande vas a parar!).
Vinieron, los cuatro a hacernos una visita a Malpartida y la primera tarde, como es natural estuvimos haciendo planes sobre cómo pasar el rato lo mejor posible para que hicieramos hambre al tiempo que veíamos algunas cosas. Hablábamos sobre la posibilidad de cenar en casa, al regreso de la vuelta que diéramos o aprovechar, ya que estábamos en la calle, para cenar en algún restaurante. Ya veríamos a ver qué hacíamos porque, de momento, no quedaba claro.
Cuando a los mayores nos pareció que era la hora del manduque, no nos encomendamos a santo ninguno. Así que entramos en el mesón “Ibérico” porque, con ese nombre y ese hambre, era difícil resistir mucho tiempo más y empezamos a darle duro:
- ¡Venga, pon un surtido de ibéricos!.
-Mejor dos, que estos míos son de comer, decía Miguel y así llegamos mejor a los platos.
- ¡Pues, pa eso las mías!, decía Choni. Mira que no prueban de nada, pero que es en balde, como digan que no, es que no y en paz.
- ¡Oye! Arrímanos dos ensaladas mixtas, que pa los mayores nos viene bien.
-Ya verás esta, que si aparto lo verde, que si lo amarillo no me gusta,... ¡me da un asco verlas comer!
Los muchachos de Charo y Miguel, entretanto, no dejaban la ida por la venida. Hablar no hablaban mucho, pero no por tímidos o cortaos, sino porque les entraba mejor lo del plato.
-Oye, pues ponen un chorizo asado mu rico... Venga p’acá y arrímale, también un par de bandejas de costillas asadas, que son la especialidad de la casa... pero con patatas fritas ¡eh!. ¿Otra botella?
- ¡Venga, si no, no acabamos la carne.
Mis hijas habían dejado de comer hacía ya un rato y a los mayores nos salía la comida por las orejas, cuando el pequeño de Miguel, echando mano a otra costilla, le dice a su madre que estaba sentada a su lado:
-Mamá, luego si no ceno en casa, no me riñas, que yo creo que con esto ya voy bien.
--- o0o ---
Como resulta que de casta le viene al galgo y que honra merece quien bien se parece, no es de extrañar que a Miguel y a Charo, los hijos le hayan salido bien comedoricos. Del mayor no me han contado ninguna, aunque seguro que algo habrá por ahí, pero de lo comisquín que es el pequeño, si que puedo dar fe (mejor darle fe que darle de comer, ¡ande vas a parar!).
Vinieron, los cuatro a hacernos una visita a Malpartida y la primera tarde, como es natural estuvimos haciendo planes sobre cómo pasar el rato lo mejor posible para que hicieramos hambre al tiempo que veíamos algunas cosas. Hablábamos sobre la posibilidad de cenar en casa, al regreso de la vuelta que diéramos o aprovechar, ya que estábamos en la calle, para cenar en algún restaurante. Ya veríamos a ver qué hacíamos porque, de momento, no quedaba claro.
Cuando a los mayores nos pareció que era la hora del manduque, no nos encomendamos a santo ninguno. Así que entramos en el mesón “Ibérico” porque, con ese nombre y ese hambre, era difícil resistir mucho tiempo más y empezamos a darle duro:
- ¡Venga, pon un surtido de ibéricos!.
-Mejor dos, que estos míos son de comer, decía Miguel y así llegamos mejor a los platos.
- ¡Pues, pa eso las mías!, decía Choni. Mira que no prueban de nada, pero que es en balde, como digan que no, es que no y en paz.
- ¡Oye! Arrímanos dos ensaladas mixtas, que pa los mayores nos viene bien.
-Ya verás esta, que si aparto lo verde, que si lo amarillo no me gusta,... ¡me da un asco verlas comer!
Los muchachos de Charo y Miguel, entretanto, no dejaban la ida por la venida. Hablar no hablaban mucho, pero no por tímidos o cortaos, sino porque les entraba mejor lo del plato.
-Oye, pues ponen un chorizo asado mu rico... Venga p’acá y arrímale, también un par de bandejas de costillas asadas, que son la especialidad de la casa... pero con patatas fritas ¡eh!. ¿Otra botella?
- ¡Venga, si no, no acabamos la carne.
Mis hijas habían dejado de comer hacía ya un rato y a los mayores nos salía la comida por las orejas, cuando el pequeño de Miguel, echando mano a otra costilla, le dice a su madre que estaba sentada a su lado:
-Mamá, luego si no ceno en casa, no me riñas, que yo creo que con esto ya voy bien.
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