En aquella época era habitual que dos niños compartieran la cama.
Creo que estabamos tú y yo durmiendo en la habitación rosa ¿o mejor omitimos el color para evitar chismes? En fin, yo dormía cuando nos despertaron para darnos la noticia de que debíamos ir a dar el último adiós a la Tía Luisa.
Yo no debería tener más de seis años.
Todavía no se habían inventado los traumas, con lo que, después de vestirnos adecuadamente, nos dirigimos a casa de Tía Luisa, enfrente del Pozo Bueno.
Al abrir la puerta, encontramos en la entrada con una nutrida comitiva de mujeres. Supongo que rezarían o algo por el estilo.
No os podéis imaginar el pasmo que me llevé cuando nos introdujeron en la sala donde estaba la Tia Luisa. Ella miraba fijamente al techo y yo no podía dejar de mirarla a ella.
- ¡Anda maaaaajo! Dale un beso a tu tííiíía, dijo alguien con esa forma tan peculiar que tienen en Malva de alargar algunas sílabas acentuadas.
- ¡Mira que maaaaaaajo! Es el de la Ignaciiiiiiiita!
Las piernas me temblaron, pero mantuve el tipo y salí de allí casi ileso.
Claro, que entonces no tenía tanto mérito pues por suerte todavía no se habían inventado los traumas.
Creo que estabamos tú y yo durmiendo en la habitación rosa ¿o mejor omitimos el color para evitar chismes? En fin, yo dormía cuando nos despertaron para darnos la noticia de que debíamos ir a dar el último adiós a la Tía Luisa.
Yo no debería tener más de seis años.
Todavía no se habían inventado los traumas, con lo que, después de vestirnos adecuadamente, nos dirigimos a casa de Tía Luisa, enfrente del Pozo Bueno.
Al abrir la puerta, encontramos en la entrada con una nutrida comitiva de mujeres. Supongo que rezarían o algo por el estilo.
No os podéis imaginar el pasmo que me llevé cuando nos introdujeron en la sala donde estaba la Tia Luisa. Ella miraba fijamente al techo y yo no podía dejar de mirarla a ella.
- ¡Anda maaaaajo! Dale un beso a tu tííiíía, dijo alguien con esa forma tan peculiar que tienen en Malva de alargar algunas sílabas acentuadas.
- ¡Mira que maaaaaaajo! Es el de la Ignaciiiiiiiita!
Las piernas me temblaron, pero mantuve el tipo y salí de allí casi ileso.
Claro, que entonces no tenía tanto mérito pues por suerte todavía no se habían inventado los traumas.
Me acuerdo perfectamente de la entrada a la casa, y de ver a la tía mirando para el techo, ya te adelantaba yo lo del beso.