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MALVA: La goma...

La goma
Otro juego colectivo que practicábamos a menudo era el de la goma. Nosotras jugábamos con cualquier cosa, pues los juguetes de verdad no abundaban y el ingenio nos procuraba la diversión infantil.
Se trataba de un par de metros de goma de jareta que se compraban en casa de la Sra. Humildad, que por aquel entonces tenía una mercería. Vivía en la casa de la escalerilla, aunque en poco tiempo dejó la tienda, pasando el testigo a Josefa, la de Gaude, y también a Vicenta, que de una droguería paso a vender de todo, acabando como un bazar.
La goma era la que llamaban entonces “de jareta”, esa que utilizaban para poner a la cintura de las faldas y también la que usaban cuando había que sustituir la goma de las bragas de algodón que vendía Faustino, el de Bustillo. No voy a entretenerme en contar cómo se hacían tales prendas femeninas en aquellos tiempos, pero a la goma la uníamos por las puntas, bien cosidas, para que al estirar en el juego no se rompiera. Y ya estaba lista para jugar.
Normalmente jugábamos en parejas, porque se necesitaban dos que sujetaran la goma abierta mientras las otras saltaban. Se trataba de un juego de retos de altura y destreza, del que cayéndote unas cuantas veces aprendías a manejar la goma con el pie con tanta agilidad que no habría mano que mejor lo hiciera. La primera altura era la más fácil, pues la goma debía de situarse en los tobillos de las que la estaban sujetando, situadas una frente a otra. A las que le tocaba jugar, saltaban primero en ambos laterales de la goma, pie dentro, pie fuera, el triángulo, el rombo con salto hacia dentro y hacia fuera y prueba superada. Se pasaba a la siguiente altura, la rodilla. De la rodilla, a la cadera, luego a la cintura. Si superábamos todos los retos de altura, pasábamos a sujetar la goma con un pie, con lo que lográbamos aumentar la dificultad del juego. Superadas todas las pruebas, habíamos conseguido “hacer goma”.
Lo más divertido del juego de la goma es que se podía hacer en cualquier sitio y utilizar para sujetarla otras cosas. A mí me gustaba entrenarme en casa, antes de salir para la plaza y recuerdo que iban a coser para el corral de mi casa, la Sra. Obdulia y la Sra. María, la perucha, para que sepáis a quien me refiero. Las sentaba una de espaldas a la otra y, mientras tejían, yo les ponía la goma. Primero en las patas de la silla, eran las sillas aquellas de madera y asiento de espadaña; después por encima del asiento y, por fin, en la parte más alta del respaldo, entre las bolitas del remate.
Por aquella época el corral de mi casa estaba empedrado y no siempre las sillas asentaban lo suficiente como para mantener el equilibrio ante un leve tropiezo. Una de las veces, cuando tenía la goma en la parte más alta, no debí de hacer bien el triángulo, pues al saltar se me enganchó la goma en la hebilla de la zapatilla, pisé en un canto, me caí y arrastré a María detrás. No os quiero contar el resultado de la toquilla de punto que estaba tejiendo María y de la bombilla que utilizaba Obdulia para coger los puntos a unas medias que tenía entre manos porque es fácil de imaginar.