Mientras tanto, en su pueblo, la gente estaba atemorizada porque la boa había crecido tanto que estaba causando estragos en el ganado, sin que nadie fuese capaz de remediar esta situación de caos y terror. El Gobernador, preocupado, tiene constancia de la relación que tenía el ajusticiado con el reptil. En un atisbo de esperanza, propone al joven pastor que en el supuesto de que capture y mate a la alimaña le será conmutada la pena de muerte por libertad absoluta.
Es tanto el aprecio que siente el joven por el animal que aún así duda en aceptar el ofrecimiento del Regidor. Por fin, tras mucho meditar y abrumado por el temor de los vecinos accede a la propuesta.
Con la ayuda de un caldero, un espejo y una lanza el joven pastor, encomendándose a la Virgen de la que era muy devoto, se dispone a dar muerte al reptil. Para ello, pone de cebo el recipiente lleno de leche y, estratégicamente situado, el espejo tras el cual se esconde. La bestia, atraída por el familiar silbido y por el olor del líquido cremoso, se arrastra hasta él. Cuando el joven lo ve oportuno refleja en sus ojos los rayos del sol quedando momentáneamente cegada; aprovechando esa circunstancia, le clava la lanza y da muerte. Apenado por haber matado a quien él con tanto cariño había criado y en agradecimiento a la intersección de la Virgen por salir ileso de tan arriesgada empresa, cedió el cuerpo de la boa a la iglesia del pueblo.
Esta es la leyenda que se ha trasmitido durante generaciones sobre la historia de la boa de la Iglesia del Carmen del Camino, si bien, se cree, de forma más prosaica, que la debió de donar un indiano que la capturó a su paso por las Américas.
Es tanto el aprecio que siente el joven por el animal que aún así duda en aceptar el ofrecimiento del Regidor. Por fin, tras mucho meditar y abrumado por el temor de los vecinos accede a la propuesta.
Con la ayuda de un caldero, un espejo y una lanza el joven pastor, encomendándose a la Virgen de la que era muy devoto, se dispone a dar muerte al reptil. Para ello, pone de cebo el recipiente lleno de leche y, estratégicamente situado, el espejo tras el cual se esconde. La bestia, atraída por el familiar silbido y por el olor del líquido cremoso, se arrastra hasta él. Cuando el joven lo ve oportuno refleja en sus ojos los rayos del sol quedando momentáneamente cegada; aprovechando esa circunstancia, le clava la lanza y da muerte. Apenado por haber matado a quien él con tanto cariño había criado y en agradecimiento a la intersección de la Virgen por salir ileso de tan arriesgada empresa, cedió el cuerpo de la boa a la iglesia del pueblo.
Esta es la leyenda que se ha trasmitido durante generaciones sobre la historia de la boa de la Iglesia del Carmen del Camino, si bien, se cree, de forma más prosaica, que la debió de donar un indiano que la capturó a su paso por las Américas.