Pasan los años y, aunque Atilano está orgulloso de su diócesis y a sabiendas de que el pueblo le quiere, está triste porque Zamora está pasando unos años muy trágicos como consecuencia de la peste que diezma periódicamente la población, la sequía que destroza las cosechas y por si fuera poco las incursiones de Almanzor que causan terribles estragos.
Atilano ruega a Dios para liberar a la ciudad de tantos males, pero estos no se remedian. Ante tanta desesperación y creyendo que es un castigo divino decide peregrinar a Tierra Santa para ganar la indulgencia suya y de Zamora.
Así se dispone a abandonar Zamora pero cuando está pasando sobre el viejo puente romano, descubre que lleva consigo el anillo de obispo que le podría delatar en su peregrinar. Ya es tarde para regresar y decide arrojarlo al río, convencido de que si algún día lo recupera entenderá que Dios lo ha perdonado y podrá volver a ocupar el cargo de obispo en Zamora.
Atilano ruega a Dios para liberar a la ciudad de tantos males, pero estos no se remedian. Ante tanta desesperación y creyendo que es un castigo divino decide peregrinar a Tierra Santa para ganar la indulgencia suya y de Zamora.
Así se dispone a abandonar Zamora pero cuando está pasando sobre el viejo puente romano, descubre que lleva consigo el anillo de obispo que le podría delatar en su peregrinar. Ya es tarde para regresar y decide arrojarlo al río, convencido de que si algún día lo recupera entenderá que Dios lo ha perdonado y podrá volver a ocupar el cargo de obispo en Zamora.