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MALVA: Mañana mi ultimo dia de trabajo, y el viernes cuando...

Desde que vivimos en pisos o desde que lo hace la última persona que llega de la calle, ha perdido significado lo de trancar la puerta antes de irse a la cama. Anoche bajé a cerrar la cancela de mi casa y las otras puertas que dan a la escalera. Era la primera noche que, por fin, se había ido el verano y corría un aire otoñal, fresco, que me hizo recordar aquellas noches en que zumbaba el airón y mi padre (le recuerdo sobre todo a él, aunque también lo hacía mi madre), salía a la puerta de la calle, a ver qué tal noche hacía, decía “ ¡coña, chacho!” mientras tiraba el último cigarro del día y volvía p’adentro, frotándose las manos y acordándose de algún pobre hombre que no tuviera techo. “ ¡Anda que, el que tenga que pasar la noche al raso!” decía.
Me quiero yo reír, con el frío que tuvo que pasar en Rusia y lo que disfrutaba cuando se resguardaba en casa al terminar el día. Entonces no teníamos calefacción y la estufa, a esas horas de la noche, había quedado reducida a un par de badiles de ceniza pero la sensación de cobijo era más placentera cuanto más crudo se iba haciendo el invierno.
Quitaba el listón de madera que, encajado en un agujero en el suelo y sujeto por un pasador en la parte de arriba, hacía las veces de marco de la cristalera y luego espalancaba la cristalera de manera que ya se pudieran cerrar las dos hojas de la puerta de madera. El tranco sonaba como la maza del presidente de la sala levantando la sesión.
Mientras, mi madre, quitaba la camilla de encima de la chapa, abría las arandelas de la estufa con el hierro de la lumbre y comprobaba que no quedaran rescoldos. Si había mucha ceniza acumulada, la quitaba con el badil para que, al día siguiente, se pudiera poner lumbre en cuanto se diera cuenta de que alguno de nosotros se iba a quedar frío sentado en el salón. Para ella no la ponía nunca porque como no se sentaba hasta que no terminaba de hacer todo, no tenía tiempo de quedarse helada. Mi padre iba al pajar a por un par de palos que dejaba junto al tiro del humero para que prendieran mejor, trancaba la cochera y la puerta del corral y esperaba a mi madre, desatándose las botas.
A mi madre todavía le quedaba echar los garbanzos a remojo o hacer un flan para los nietos que iban a verla al día siguiente. Uno de los últimos lo hizo, unas semanas antes de dejarnos, una noche que yo estaba en Malva y, a eso de las 12, me fui a casa porque estaba cansado y no había nadie en el bar. ¡Anda que tenía pereza pa esas cosas!
La mayoría de aquellas noches, como todos los muchachos, yo no quería ir a la cama tan pronto, pero mi padre me convencía en seguida: “Ahora te enroscas, te tapas cabeza y todo ¡y deja que zumbe el aire!”. Y si me acordaba de cómo soplaba el aire a los pies de la torre y de lo oscuro que estaban la esquina de María la Currita, si miraba para un lado y El carril, derecho al cementerio, si miraba para el otro cuando vivíamos en la calle El ochavo, todavía me enroscaba y me tapaba más.

Heli, espero que nos cuentes mas historias tan bonitas como esta. TU SI QUE VALES!

Mañana mi ultimo dia de trabajo, y el viernes cuando salgan los niños de cole, para malva todo el puente. Espero veros a todos.