Era la primera cena a bordo. A las 21.30 del viernes, los 3.200 pasajeros y 1.000 tripulantes del Costa Concordia, un buque que había zarpado dos horas antes del puerto de Civitavecchia -a 80 kilómetros al noroeste de Roma- para realizar un crucero por el Mediterráneo, sintieron un fuerte impacto, un apagón momentáneo y el estruendo de los platos al caer. La voz del capitán -según el testimonio de Luciano Castro, uno de los supervivientes- intentó tranquilizarlos a través de los altavoces: “Solo se trata de un problema eléctrico”. Pero enseguida llegó una nueva orden: “Por precaución, diríjanse a los botes salvavidas”.