44.-IR DE MERIENDA
Perdón por entrar sin llamar, pero estaba sequito y tenía que ir a beber agua, se oía de fondo el I Love To Love de Tina Charles.
Ir de merienda no era lo mismo que merendar, ir de merienda requería otra parafernalia, era algo especial, algo excepcional, cierto es que casi siempre merendábamos en la calle después de salir de la escuela, pero a nadie se le ocurría salir con la merienda y una cantimplora de agua, si tenías sed para eso estaban las fuentes, si no te veía Evencio claro. Mira que este hombre tenía un ergo con no dejarnos beber en las fuentes, y amenazando siempre con denunciarnos. Encima lo que nos costaba con aquellos grifos de bola, menos mal que tampoco le hacíamos mucho caso.
Los sitios que teníamos para ir de merienda no eran muchos, pero sí suficientes, el más socorrido por la cercanía era “la fuente” con su pradera y la fuente propiamente dicha, las pilas de piedra para lavar la ropa, el regato, el frescor y la sombra que daban los chopos. Allí también jugamos a todo un poco, al futbol, al pañuelo y a esas cosas de los chicos con las chicas. Incluso una vez recuerdo un guateque con un tocadiscos a pilas.
Pero el tema de hoy es ir de merienda.
Otro de los lugares a los que íbamos era Valcuevo, una inmensa pradera con una gran laguna en medio, el croar de las ranas y al lado una huerta con caseta, buchina y creo recordar un par de árboles frutales de la huerta. De todo esto creo que no queda ni rastro.
A la Malvasía también fuimos alguna vez, un arriate arbolado en medio de rubicundos trigales plagados de amapolas, barbechos y algún que otro centeno. La Malvasía estaba y está al lado de la carretera de Villalube, con un inmenso nogal en el centro rodeado de almendros, un membrillo, un par de encinas y otros árboles indeterminados. A pocos metros discurría un regato con grandes negrillos, desde donde veíamos a lo lejos la josa del señor Rogelio y demás almendros del teso de Santa Justa.
Si el hambre apretaba mucho no llegábamos a la Malvasía, en las “alcantarillas” del regato de pajaritos dábamos cuenta de la merienda, viendo correr el agua.
Pero el lugar por excelencia para ir de merienda siempre fue la alameda, saliendo por la carretera de Asparigos, pasada la pequeña laguna que había detrás del cementerio, serpenteaba un camino llenito en verano de harinosa y polvorienta tierra hacía la alameda. Era una pradera de frondosos álamos comunes, el álamo común también llamado chopo blanco es el que tiene las hojas más pequeñas, verdes en la parte superior, y blancas en el envés, que parecen plateadas cuando las mueve el viento.
Si no teníamos cantimplora, nos apañábamos con una botella de casera para llevar el agua, que no podía faltar para ir de merienda. El resto, lo de casi siempre un buen bocadillo de chorizo o salchichón y la naranja.
¡O no?
Perdón por entrar sin llamar, pero estaba sequito y tenía que ir a beber agua, se oía de fondo el I Love To Love de Tina Charles.
Ir de merienda no era lo mismo que merendar, ir de merienda requería otra parafernalia, era algo especial, algo excepcional, cierto es que casi siempre merendábamos en la calle después de salir de la escuela, pero a nadie se le ocurría salir con la merienda y una cantimplora de agua, si tenías sed para eso estaban las fuentes, si no te veía Evencio claro. Mira que este hombre tenía un ergo con no dejarnos beber en las fuentes, y amenazando siempre con denunciarnos. Encima lo que nos costaba con aquellos grifos de bola, menos mal que tampoco le hacíamos mucho caso.
Los sitios que teníamos para ir de merienda no eran muchos, pero sí suficientes, el más socorrido por la cercanía era “la fuente” con su pradera y la fuente propiamente dicha, las pilas de piedra para lavar la ropa, el regato, el frescor y la sombra que daban los chopos. Allí también jugamos a todo un poco, al futbol, al pañuelo y a esas cosas de los chicos con las chicas. Incluso una vez recuerdo un guateque con un tocadiscos a pilas.
Pero el tema de hoy es ir de merienda.
Otro de los lugares a los que íbamos era Valcuevo, una inmensa pradera con una gran laguna en medio, el croar de las ranas y al lado una huerta con caseta, buchina y creo recordar un par de árboles frutales de la huerta. De todo esto creo que no queda ni rastro.
A la Malvasía también fuimos alguna vez, un arriate arbolado en medio de rubicundos trigales plagados de amapolas, barbechos y algún que otro centeno. La Malvasía estaba y está al lado de la carretera de Villalube, con un inmenso nogal en el centro rodeado de almendros, un membrillo, un par de encinas y otros árboles indeterminados. A pocos metros discurría un regato con grandes negrillos, desde donde veíamos a lo lejos la josa del señor Rogelio y demás almendros del teso de Santa Justa.
Si el hambre apretaba mucho no llegábamos a la Malvasía, en las “alcantarillas” del regato de pajaritos dábamos cuenta de la merienda, viendo correr el agua.
Pero el lugar por excelencia para ir de merienda siempre fue la alameda, saliendo por la carretera de Asparigos, pasada la pequeña laguna que había detrás del cementerio, serpenteaba un camino llenito en verano de harinosa y polvorienta tierra hacía la alameda. Era una pradera de frondosos álamos comunes, el álamo común también llamado chopo blanco es el que tiene las hojas más pequeñas, verdes en la parte superior, y blancas en el envés, que parecen plateadas cuando las mueve el viento.
Si no teníamos cantimplora, nos apañábamos con una botella de casera para llevar el agua, que no podía faltar para ir de merienda. El resto, lo de casi siempre un buen bocadillo de chorizo o salchichón y la naranja.
¡O no?