Como muchos de vosotros sabéis me ha dado por salir a caminar, y como además me he apostado tres cenas, con gente de este foro, que tengo que adelgazar más de cinco kilos, lo he cogido últimamente con más empeño si cabe. Os voy a contar un par de anécdotas que me han ocurrido en mis rutas de senderismo. Bueno ahora os cuento una y la otra en otro ratico.
1ª- Resulta que hace un par de meses iba yo caminando entre el Perdigón y Entrala y vi a lo lejos un señor que caminaba en sentido contrario al mío. Cuando nos encontramos me dio el alto y me dijo: ¿Voy bien pallá?, dirigiendo el dedo índice en la dirección que caminaba. Yo en un principio no entendí lo que me quería preguntar ya que me parecía evidente que si caminaba en esa dirección sabría a donde iría. Ante mi cara de no entender lo que me preguntaba el hombre volvió a insistir: ¿Que si voy bien encaminao?. A lo que yo le respondí: “Usted sabrá donde va? Y él muy ofendido me contesta airadamente: “Hombre, pero no ves que voy pallá y lo que quiero que me digas es si voy bien pallá”. Yo me decía este tío está más zumbao que las maracas de Machín y debí poner tal gesto de desagrado que el hombre no aguantó más y arrancó a reír mientras yo lo miraba con cara de tonto, que por cierto me debió notar por que va y me dice: “Todos ponéis la misma cara. Si os vierais la cara que se os queda”. Madre mía, pensé yo, encima bacilandome y como el señor tenía ganas de conversación me contó que era de Entrala, que tenía 84 años, que se llamaba Eugenio y que tenía dos hijas y, mira por donde, la pequeña que es soltera y trabaja en la prisión de Valladolid. En fin que estuvimos un rato entretenidos, más él que yo, en animada conversación y hasta quiso invitarme a su bodega a beber “una jarrica”. Decliné la invitación, pues de beber algo lo que me apetecía era agua, y además lo que quería era perderlo de vista y seguir a lo mío, pero para que quedara contento le dije que otro día que tuviera menos prisa iba a su bodega, pensando en que no lo volvería a ver. Pero mira por donde, la semana pasada me lo volví a encontrar, y según se iba acercando ya se le notaban las ganas de reírse de otro incauto. Pues lo que me imaginaba, al llegar a mi altura me hace la misma pregunta que la otra vez: ¿Voy bien pallá?. Y yo me dije a este tío le sale hoy el tiro por la culata, y le contesté: “No, se ha equivocado, si usted va pallá coja ese camino y vuelva el culo pacá”. Y el señor Eugenio me miró, primero con cara de sorprendido, pero la cambió enseguida por la suya, natural de picarón y me dijo: “Uuuy a ti ya te he engañao yo, ya caigo, ya sé quién eres, tu padre se llamaba como yo y trabajas en la cárcel como mi hija”. Y la misma canción de la otra vez: “Venga vamos a la bodega a comer un cacho chorizo”. Y yo otra vez negándome: “Que no hombre, que muchas gracias, que estoy a régimen y no puedo comer de eso”, haciendo amago de marchar, más que nada porque se me estaba haciendo tarde y porque este hombre es de los cargantes, que cuesta Dios y ayuda soltarlos, como aquel de Malva, que cuando aparecía por la puerta Juan Antonio, los que estaban a la espera del camión de la leche salían chutando como alma que lleva el diablo. Pues ya había empezado yo a huir, cuando va y me vocea: “Si qué más da, al final te vas a morir igual”
1ª- Resulta que hace un par de meses iba yo caminando entre el Perdigón y Entrala y vi a lo lejos un señor que caminaba en sentido contrario al mío. Cuando nos encontramos me dio el alto y me dijo: ¿Voy bien pallá?, dirigiendo el dedo índice en la dirección que caminaba. Yo en un principio no entendí lo que me quería preguntar ya que me parecía evidente que si caminaba en esa dirección sabría a donde iría. Ante mi cara de no entender lo que me preguntaba el hombre volvió a insistir: ¿Que si voy bien encaminao?. A lo que yo le respondí: “Usted sabrá donde va? Y él muy ofendido me contesta airadamente: “Hombre, pero no ves que voy pallá y lo que quiero que me digas es si voy bien pallá”. Yo me decía este tío está más zumbao que las maracas de Machín y debí poner tal gesto de desagrado que el hombre no aguantó más y arrancó a reír mientras yo lo miraba con cara de tonto, que por cierto me debió notar por que va y me dice: “Todos ponéis la misma cara. Si os vierais la cara que se os queda”. Madre mía, pensé yo, encima bacilandome y como el señor tenía ganas de conversación me contó que era de Entrala, que tenía 84 años, que se llamaba Eugenio y que tenía dos hijas y, mira por donde, la pequeña que es soltera y trabaja en la prisión de Valladolid. En fin que estuvimos un rato entretenidos, más él que yo, en animada conversación y hasta quiso invitarme a su bodega a beber “una jarrica”. Decliné la invitación, pues de beber algo lo que me apetecía era agua, y además lo que quería era perderlo de vista y seguir a lo mío, pero para que quedara contento le dije que otro día que tuviera menos prisa iba a su bodega, pensando en que no lo volvería a ver. Pero mira por donde, la semana pasada me lo volví a encontrar, y según se iba acercando ya se le notaban las ganas de reírse de otro incauto. Pues lo que me imaginaba, al llegar a mi altura me hace la misma pregunta que la otra vez: ¿Voy bien pallá?. Y yo me dije a este tío le sale hoy el tiro por la culata, y le contesté: “No, se ha equivocado, si usted va pallá coja ese camino y vuelva el culo pacá”. Y el señor Eugenio me miró, primero con cara de sorprendido, pero la cambió enseguida por la suya, natural de picarón y me dijo: “Uuuy a ti ya te he engañao yo, ya caigo, ya sé quién eres, tu padre se llamaba como yo y trabajas en la cárcel como mi hija”. Y la misma canción de la otra vez: “Venga vamos a la bodega a comer un cacho chorizo”. Y yo otra vez negándome: “Que no hombre, que muchas gracias, que estoy a régimen y no puedo comer de eso”, haciendo amago de marchar, más que nada porque se me estaba haciendo tarde y porque este hombre es de los cargantes, que cuesta Dios y ayuda soltarlos, como aquel de Malva, que cuando aparecía por la puerta Juan Antonio, los que estaban a la espera del camión de la leche salían chutando como alma que lleva el diablo. Pues ya había empezado yo a huir, cuando va y me vocea: “Si qué más da, al final te vas a morir igual”
Y con razón.