Querido amigo: Estoy muy apenado y profundamente arrepentido por haberte traicionado, facilitando tu teléfono a gentes sin escrúpulos, pues no imaginaba yo que estos dos pesados te iban a dar la torrija todas las entresiestas. Con lo cansados que llegareis del trabajo y no poder dar una cabezadica o lo que sea menester. No tengo perdón de Dios; por menos agravio, le dedicaron aquí en Zamora una puerta a un tal Bellido Dolfos. Así que en honor a nuestra amistad te pido perdón de todo corazón. No obstante, me has hecho un flaco favor, porque cuando yo negocié con el ministro, le dije que no me vendía por un simple plato de lentejas, y lo engañé como a un chino sacándole la paga extra de navidad y resulta que ahora tú le has informado que con un simple chuletón vuelta y vuelta le hubiera cantado una marusiña. Vaya un recortazo que me has preparado tú, que ya me estoy viendo sin la paga extra y aprendiendo canciones gallegas. Pero hombre, cómo se te ocurre decirle eso, que ya sabes que a mí el cante se me da muy mal. Y en todo caso, haberle dicho que un fandanguito, que algo se me habrá pegado por parte de padre. Sin más, me despido hasta mañana, esperando recibir de tu parte la absolución y la bien merecida penitencia que sumisamente acataré.