Pena ninguna, más vale que se dedique a meditar en esa residencia tan austera de Gastel Galdonfo todo el bien que ha dejado de hacer y que empiece a aplicarse el cuento de lo que predica. Para empezar podía calzarse unas sandalias de pescador y una simple túnica, en vez de unos zapatos hechos con piel de becerro de neonato. Por mi parte, que lleve toda la paz que deja.