CRÓNICAS DE UN PUEBLO
Durante el recreo de la escuela jugábamos, en la plaza hasta que abrieron el comarcal de Belver, a juegos como estos:
- Escarabujas.- Consistía en hacer dos equipos de lo que luego se ha llamado soga-tira. Para ello no se echaba a pies como en otros juegos, sino que se ponían los dos capitanes, uno frente a otro, y el resto de participantes pasaba en fila india, entre ellos. Al último de cada pasada se le hacía escoger entre uno de los dos nombres en clave con que se habían denominado los equipos y así hasta que se repartían todos los participantes. Había que escoger nombres de equipos atractivos, para así captar el mayor número de elementos. Cuando se acababa el reparto, se hacía una raya en el suelo y cada equipo trataba de que el otro la cruzara tirano de la soga o de que terminaran todos arroñados en el suelo por soltarlo de golpe. A los vencidos, por una u otra razón, se les cantaba “ ¡escarabujas, escarabujas!”. ¡Que escarnio!.
- La madre.- Dos participantes, agarrados de la mano, tenían que rodear a los otros para incorporarlos, de uno en uno, a la cadena. Además de vigilar que no te atraparan, podías acercarte a la cadena, por detrás y, a base de manotazos, intentar que se rompiera. Si lo conseguías, quedaban todos liberados menos los dos a quienes habían separado las manos, que tenían que volver a empezar a pillar a los demás.
- El colo.- Aunque también se jugó en La Capilla, cuando teníamos que volver pronto a la escuela, aprovechábamos la pared de la panera del señor Nicolás. Se pintaban en el suelo, tantas zonas como jugadores, una a continuación de la otra. Los jugadores se llamaban “el padre”, que ocupaba la primera zona marcada, “el hijo”, que se colocaba en segundo lugar, “el espíritu santo”, en la tercera parcela y el “colo primero”, “colo segundo”, etc. Así hasta el último que, el pobre ya no tenía ni apellido ni nada, era “el colo”, sin más. Cuando sacaba “el padre”, tenía que devolverla el propietario de la zona donde botaba la pelota, y así hasta que alguno la fallaba y entonces tenía que retroceder hasta la casilla del “colo” Cuando el que perdía era precisamente el “colo”, se apuntaba una (“una lleva el colo”, decía el padre antes de volver a sacar). Si perdía tres veces, debía ponerse de cara a la pared y recibir tres pelotazos de cada jugador. ¡Ve ahí pa lo que valían las pelotas verdes de “El gorila” que nos daba Vicenta Santos por llevarle los paquetes del coche línea!.
- El esconderite inglés.- El que empezaba quedándosela se ponía en la misma pared de la panera de Nicolás o en la puerta de Basi. Los demás se colocaban en el lado contrario de la plaza y tenían que tratar de alcanzar la pared de enfrente sin ser vistos moviéndose por aquel. No recuerdo bien la letanía que tenía que decir el que pagaba, pero era algo así como “un, dos, tres, esconderite inglés, … con la mano del revés sin mover los pies”. En ese momento se volvía, mientras los otros, que venían deprisa, tenían que dejar los pies quietos porque si el que contaba te veía moverlos o cayéndote, te la quedabas tú.
- El clavo.- Lo solíamos jugar, de camino para la escuela, junto a la pared del corral de Nicolás, antes de llegar al Concejo, sobre todo cuando había algo de humedad. Se marcaba un círculo en el barro y, dentro del mismo, se tenía que clavar un clavo, como diría el trabalenguas. Por la marca donde se había clavado trazabas una línea que dividía el círculo y eliminabas una de las dos zonas. El siguiente tirador tenía que clavarlo en la parte señalada y volver a trazar otra línea divisoria y así sucesivamente hasta que no había sitio material para que entrara el clavo y perdía el que lo clavara fuera.
- En los alrededores de la plaza y aunque este fuera un pasatiempo atípico, recuerdo que tras fallecer Bigotes, Deme nos organizaba unas carreras de Fórmula 1 en su corral. Higinio, Alfredo y Paco se acordarán seguro de cuando montábamos a uno en el carretillo y corríamos por un circuito que había en el corral. Lo dejamos porque después de varias carreras vimos que ya no había margen de mejora en los tiempos y total ¿pa qué?, si ya estaba formada la parrilla.
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Durante el recreo de la escuela jugábamos, en la plaza hasta que abrieron el comarcal de Belver, a juegos como estos:
- Escarabujas.- Consistía en hacer dos equipos de lo que luego se ha llamado soga-tira. Para ello no se echaba a pies como en otros juegos, sino que se ponían los dos capitanes, uno frente a otro, y el resto de participantes pasaba en fila india, entre ellos. Al último de cada pasada se le hacía escoger entre uno de los dos nombres en clave con que se habían denominado los equipos y así hasta que se repartían todos los participantes. Había que escoger nombres de equipos atractivos, para así captar el mayor número de elementos. Cuando se acababa el reparto, se hacía una raya en el suelo y cada equipo trataba de que el otro la cruzara tirano de la soga o de que terminaran todos arroñados en el suelo por soltarlo de golpe. A los vencidos, por una u otra razón, se les cantaba “ ¡escarabujas, escarabujas!”. ¡Que escarnio!.
- La madre.- Dos participantes, agarrados de la mano, tenían que rodear a los otros para incorporarlos, de uno en uno, a la cadena. Además de vigilar que no te atraparan, podías acercarte a la cadena, por detrás y, a base de manotazos, intentar que se rompiera. Si lo conseguías, quedaban todos liberados menos los dos a quienes habían separado las manos, que tenían que volver a empezar a pillar a los demás.
- El colo.- Aunque también se jugó en La Capilla, cuando teníamos que volver pronto a la escuela, aprovechábamos la pared de la panera del señor Nicolás. Se pintaban en el suelo, tantas zonas como jugadores, una a continuación de la otra. Los jugadores se llamaban “el padre”, que ocupaba la primera zona marcada, “el hijo”, que se colocaba en segundo lugar, “el espíritu santo”, en la tercera parcela y el “colo primero”, “colo segundo”, etc. Así hasta el último que, el pobre ya no tenía ni apellido ni nada, era “el colo”, sin más. Cuando sacaba “el padre”, tenía que devolverla el propietario de la zona donde botaba la pelota, y así hasta que alguno la fallaba y entonces tenía que retroceder hasta la casilla del “colo” Cuando el que perdía era precisamente el “colo”, se apuntaba una (“una lleva el colo”, decía el padre antes de volver a sacar). Si perdía tres veces, debía ponerse de cara a la pared y recibir tres pelotazos de cada jugador. ¡Ve ahí pa lo que valían las pelotas verdes de “El gorila” que nos daba Vicenta Santos por llevarle los paquetes del coche línea!.
- El esconderite inglés.- El que empezaba quedándosela se ponía en la misma pared de la panera de Nicolás o en la puerta de Basi. Los demás se colocaban en el lado contrario de la plaza y tenían que tratar de alcanzar la pared de enfrente sin ser vistos moviéndose por aquel. No recuerdo bien la letanía que tenía que decir el que pagaba, pero era algo así como “un, dos, tres, esconderite inglés, … con la mano del revés sin mover los pies”. En ese momento se volvía, mientras los otros, que venían deprisa, tenían que dejar los pies quietos porque si el que contaba te veía moverlos o cayéndote, te la quedabas tú.
- El clavo.- Lo solíamos jugar, de camino para la escuela, junto a la pared del corral de Nicolás, antes de llegar al Concejo, sobre todo cuando había algo de humedad. Se marcaba un círculo en el barro y, dentro del mismo, se tenía que clavar un clavo, como diría el trabalenguas. Por la marca donde se había clavado trazabas una línea que dividía el círculo y eliminabas una de las dos zonas. El siguiente tirador tenía que clavarlo en la parte señalada y volver a trazar otra línea divisoria y así sucesivamente hasta que no había sitio material para que entrara el clavo y perdía el que lo clavara fuera.
- En los alrededores de la plaza y aunque este fuera un pasatiempo atípico, recuerdo que tras fallecer Bigotes, Deme nos organizaba unas carreras de Fórmula 1 en su corral. Higinio, Alfredo y Paco se acordarán seguro de cuando montábamos a uno en el carretillo y corríamos por un circuito que había en el corral. Lo dejamos porque después de varias carreras vimos que ya no había margen de mejora en los tiempos y total ¿pa qué?, si ya estaba formada la parrilla.
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