Siempre me han resultado curiosos los sobrenombres de la gente de los
pueblos, que, dicho sea de paso, encierran más valor afectivo que de ofensa. A unos les reservamos el tratamiento de “señor” o de “don”, título no siempre merecido. A otros, sean o no parientes, les aplicamos el tipo apositivo “el tio tal” o “el tío cual”. Y a los más la fórmula ‘nombre + oficio o mote’, como JOSE EL MOSCA. Y, con clara finalidad distintiva, también empleamos aquello de “Fulano el de…”, seguido del nombre de su
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