Reflexiones de un triglicérido atribulado.
Lo malo de ser una molécula de grasa que navega por la sangre de las personas no sólo es que te llamen triglicérido sino que, encima, te crucifiquen apellidándote “de los cojones” y que haya que acabar con uno de todas todas. Pero ¿qué le habremos hecho a la gente para que nos tengan tanta manía?. Ahora que nuestro primo, el colesterol, tampoco lleva frío. Es que es mentárselo a más de uno y salir corriendo a comprar unas zapatillas al Carrefour.
Por lo general la gente no nos hace caso ninguno hasta que va siendo mayor. No es que noten nuestra presencia, pero como han oído hablar mucho de nosotros a otras personas, se mosquean cosa mala. Y con razón porque hay algunos que no tiemblan: lo mismo les da desayunarse todos los días con chacina, que apretarse, todas las tardes, un par de cubatas a lo tonto y a lo bobo. Pero ¿”ande” van a parar?
Yo nací, como tantos otros triglicéridos, en la nalga derecha (luego me dijeron que ya no era nalga, que era jamón) de un marranico pequeño, pegando a la puente por donde después lo colgaron, al pobre, un gélido día de matanza. Había que haberlo escuchado cuando lo echaron en la tajuela y dio en berrear y berrear hasta que arreó la última coz a uno vestido con un mono azul que tiraba todo lo que podía por los grillos. ¡Que forma de gruñir el animalico!.
Menudo jaleo se preparó en la cocina vieja de aquella casa de pueblo. El que mejor se lo pasó, ese par de días, fue el gato, por lo menos hasta que se llevó un testón por arrimar los hocicos a la manteca, una cosa blanca que tenían mucho rato calentando en una sartén grande donde perdí a muchos hermanos míos. Escurrían de las exprimideras como si tal cosa los pobres. Al final iban a parar a unas ollas de barro donde les ponían la cara colorada unos chorizos que necesitaban conservarse frescos para el verano próximo. Era la única manera de que los chiguitos se llenaran los hocicares de berretes merendando manteca colorá untada en un zoco de pan.
Un día, antes de eso de la matanza que os decía, llegó un muchacho a la pocilga y agarró por las patas al marranico, cuando era pequeño, mientras otro señor mayor le atravesaba la oreja con un plástico azul, le cortaba los dientes con unos alicates y el rabo con unas tijeras. Pero eso no era todo, faltaba lo peor. Desde la puente, donde yo estaba, lo vi todo bien cerca. ¡Menudo susto me llevé cuando vi pasar una navaja cabritera que casi me afeita en seco!. Al infeliz del marrano, aquel señor mayor, le buscó los rínfanos, se los apretó bien para que se notara bien dónde estaban y, después de darle un corte con la navajita, le volvió a apretar bien fuerte para que salieran para afuera. Todavía me corren sudores cada vez que me acuerdo.
Después me enteré que lo hacían para que no se mordieran entre ellos el rabo y las orejas, para que se cebaran mejor y la carne no diera a verraco. Eso sí al pobre alguacilillo lo mismo le daba que le cortaran lo que quisieran. Ni crecía ni aborrecía. El de mi camada terminó sus días en Pobladura, en casa de un tal Eudosio, al que llamaban Udobe por darle guerra.
Para eso los triglicéridos de Malva. Esos sí que tienen suerte, sobre todo los que terminan en uno de esos torresnillos que se come la gente, montado en un zoco de pan que casi no les cabe en la mano de lo grande que es. Te van cortando poco a poco con la navajita y te untan en el cantero hasta que te dejan en cueros. Los hay que, como no lo pueden rungar porque andan mal de la dentadura, cogen un cacho de corteza del pan y lo restriegan contra el cuero hasta que se le empiezan a reventar los agujeros de la fritura. ¡Es que, por lo visto, el campo da un hambre! Lo sé porque la gente anda con mucho ojo para que el gato, el perro y hasta la burra no le rimplen el almuerzo de la “ciambrera”.
Ahora, lo que de verdad me pondría los pelos de punta sería, de no terminar en una sartenada de chichas, pasar a los anales. Quiero decir a una tripa lo mismo anal que del ciego, pero entripado. Y eso que huelen que corrompen cuando las están lavando las mujeres y cuando las sacan del caldero de agua caliente y las ponen en el embudo de la máquina, esperando que el huso nos embuta y el atadero nos apriete antes de colgarnos en el sobrao. A más de un triglicérido se le han caído las lágrimas de verse decorando los machones. “Se me ha metido una miaja pimentón en el ojo” dicen tratando de disimular la incontenible emoción. Y no te digo nada si te cuelgan de la viga del cerral dentro de la tripa del ciego. Eso ya es para ponerte a mear y no echar gota.
Sé que por Extremadura y por ahí abajo hay mucho triglicérido encopetao que se cree alguien porque pasa un año o dos, rodeado de sal, en una pata negra. ¡Estiraos, que son unos estiraos! Pero a mí no me la dan, como que no se está tan ricamente lo mismo en un ciego de Zamora que en la golosa de Malva. No es por nada pero creo que esos triglicéridos visten jerseys de Pedro del Hierro y camisas de Hilfiger y así, como no podía ser menos, le salen a la gente por un pico. ¡Tú verás, cómo no van a costar!
A mi me dan igual porque, como ya he dicho, yo soy más de tripa golosa aunque me tengan que embutir con el dedo gordo en vez de con el huso en la última tripa del mazo. Con tal de no coincidir con la carne del salchichón, lo que sea. Es que el salchichonal me viene fatal. Me da unos retortijones terribles.
Puede parecer poco decoroso nacer y vivir tan cerca del ojete de un marrano, pero de eso nada. Desde aquí se puede apreciar perfectamente lo bonitos que tiene los andares este animalico. Algunas veces me quita el ver ese rabo que parece un sacacorchos pero no se me escapan las miradas que le echa la gente al culete del marrano. Babean y todo. No me extraña porque… ¡anda que no hemos salvado a gente de morir de hambre! Con nuestro primo colesterol hemos dado de comer a muchos humanos. Les habremos atacañado las arterías de broza y morralla, no digo que no, pero tampoco es para que, esos señores con batas blancas, se pongan así con nosotros ¡hombre! Además, si no saben aguantar una broma, pues que se vayan del pueblo, como decía Gila. Seguro que no va a haber transaminasas y eosinófilos peores que nosotros. Lo que pasa es que no han mirado bien y nos quieren hacer cargar con las culpas de todo. ¡No te jode! ¿De qué, hombre, de qué?.
Ahora porque lo miran todo, si no… Ya le podían decir al primero que hizo un chorizo que lo dejara, que estaba bardadico de triglicéridos. Lo listo que tuvo que ser ¿verdad?. ¿Quién sería la primera persona que se le ocurrió descuartizar a un marranico y aplicarle, a cada cacho una técnica distinta con el fin llenar primero la barriga y después la despensa y el sobrao de la casa?.
Parece que lo estoy viendo, rascándose la cabeza por debajo de la gorra y fijándose bien en el hocico del marrano. Al cabo de un rato de dar vueltas al bicho tuvo que ir planeando lo que hacer con cada cacho. Tuvo que pensar que, como seguramente el marrano tendría sangre e hígado, lo repartiría, en un plato de Duralex, tapado con la rede, algún sobrino suyo que ese día no iría a la escuela. Tuvo que decir “y que no se me olvide llevarle a Sagrario la pajarilla, que a Paulino le sabe po’l alma”. Mirándole las patas, se debía estar relamiendo imaginándose un cacho coto en el cocido. “Y con ese culo gordo ¿qué hago?. Porque pa comerlo de una sentada es mucho… Tengo que probar a ponerle sal y colgarlo al aire a ver qué me sale. Lo que si me hace falta es jabón con que, si se me pone añejo el tocino, ya sé qué hacer con él. Y la facera pa’l perro de Manolito que las enciende…”
No creo que, así a primera vista, cayera en la cuenta que escarnando los huesos, picando la carne, envolviéndola con ajo, sal, pimentón y orégano y colgándola, metida en tripas, en el sobrao de la casa le fuesen a quedar unas lamparillas que ni las del Corazón de Jesús que llevan por las casas. Ya sería la repera si le ocurre todo eso nada más ver un animal así. No estaría de más que alguien investigara sobre el particular porque alguien con ese buen ojo y ese buen gusto, merece una consideración.
Lo malo de ser una molécula de grasa que navega por la sangre de las personas no sólo es que te llamen triglicérido sino que, encima, te crucifiquen apellidándote “de los cojones” y que haya que acabar con uno de todas todas. Pero ¿qué le habremos hecho a la gente para que nos tengan tanta manía?. Ahora que nuestro primo, el colesterol, tampoco lleva frío. Es que es mentárselo a más de uno y salir corriendo a comprar unas zapatillas al Carrefour.
Por lo general la gente no nos hace caso ninguno hasta que va siendo mayor. No es que noten nuestra presencia, pero como han oído hablar mucho de nosotros a otras personas, se mosquean cosa mala. Y con razón porque hay algunos que no tiemblan: lo mismo les da desayunarse todos los días con chacina, que apretarse, todas las tardes, un par de cubatas a lo tonto y a lo bobo. Pero ¿”ande” van a parar?
Yo nací, como tantos otros triglicéridos, en la nalga derecha (luego me dijeron que ya no era nalga, que era jamón) de un marranico pequeño, pegando a la puente por donde después lo colgaron, al pobre, un gélido día de matanza. Había que haberlo escuchado cuando lo echaron en la tajuela y dio en berrear y berrear hasta que arreó la última coz a uno vestido con un mono azul que tiraba todo lo que podía por los grillos. ¡Que forma de gruñir el animalico!.
Menudo jaleo se preparó en la cocina vieja de aquella casa de pueblo. El que mejor se lo pasó, ese par de días, fue el gato, por lo menos hasta que se llevó un testón por arrimar los hocicos a la manteca, una cosa blanca que tenían mucho rato calentando en una sartén grande donde perdí a muchos hermanos míos. Escurrían de las exprimideras como si tal cosa los pobres. Al final iban a parar a unas ollas de barro donde les ponían la cara colorada unos chorizos que necesitaban conservarse frescos para el verano próximo. Era la única manera de que los chiguitos se llenaran los hocicares de berretes merendando manteca colorá untada en un zoco de pan.
Un día, antes de eso de la matanza que os decía, llegó un muchacho a la pocilga y agarró por las patas al marranico, cuando era pequeño, mientras otro señor mayor le atravesaba la oreja con un plástico azul, le cortaba los dientes con unos alicates y el rabo con unas tijeras. Pero eso no era todo, faltaba lo peor. Desde la puente, donde yo estaba, lo vi todo bien cerca. ¡Menudo susto me llevé cuando vi pasar una navaja cabritera que casi me afeita en seco!. Al infeliz del marrano, aquel señor mayor, le buscó los rínfanos, se los apretó bien para que se notara bien dónde estaban y, después de darle un corte con la navajita, le volvió a apretar bien fuerte para que salieran para afuera. Todavía me corren sudores cada vez que me acuerdo.
Después me enteré que lo hacían para que no se mordieran entre ellos el rabo y las orejas, para que se cebaran mejor y la carne no diera a verraco. Eso sí al pobre alguacilillo lo mismo le daba que le cortaran lo que quisieran. Ni crecía ni aborrecía. El de mi camada terminó sus días en Pobladura, en casa de un tal Eudosio, al que llamaban Udobe por darle guerra.
Para eso los triglicéridos de Malva. Esos sí que tienen suerte, sobre todo los que terminan en uno de esos torresnillos que se come la gente, montado en un zoco de pan que casi no les cabe en la mano de lo grande que es. Te van cortando poco a poco con la navajita y te untan en el cantero hasta que te dejan en cueros. Los hay que, como no lo pueden rungar porque andan mal de la dentadura, cogen un cacho de corteza del pan y lo restriegan contra el cuero hasta que se le empiezan a reventar los agujeros de la fritura. ¡Es que, por lo visto, el campo da un hambre! Lo sé porque la gente anda con mucho ojo para que el gato, el perro y hasta la burra no le rimplen el almuerzo de la “ciambrera”.
Ahora, lo que de verdad me pondría los pelos de punta sería, de no terminar en una sartenada de chichas, pasar a los anales. Quiero decir a una tripa lo mismo anal que del ciego, pero entripado. Y eso que huelen que corrompen cuando las están lavando las mujeres y cuando las sacan del caldero de agua caliente y las ponen en el embudo de la máquina, esperando que el huso nos embuta y el atadero nos apriete antes de colgarnos en el sobrao. A más de un triglicérido se le han caído las lágrimas de verse decorando los machones. “Se me ha metido una miaja pimentón en el ojo” dicen tratando de disimular la incontenible emoción. Y no te digo nada si te cuelgan de la viga del cerral dentro de la tripa del ciego. Eso ya es para ponerte a mear y no echar gota.
Sé que por Extremadura y por ahí abajo hay mucho triglicérido encopetao que se cree alguien porque pasa un año o dos, rodeado de sal, en una pata negra. ¡Estiraos, que son unos estiraos! Pero a mí no me la dan, como que no se está tan ricamente lo mismo en un ciego de Zamora que en la golosa de Malva. No es por nada pero creo que esos triglicéridos visten jerseys de Pedro del Hierro y camisas de Hilfiger y así, como no podía ser menos, le salen a la gente por un pico. ¡Tú verás, cómo no van a costar!
A mi me dan igual porque, como ya he dicho, yo soy más de tripa golosa aunque me tengan que embutir con el dedo gordo en vez de con el huso en la última tripa del mazo. Con tal de no coincidir con la carne del salchichón, lo que sea. Es que el salchichonal me viene fatal. Me da unos retortijones terribles.
Puede parecer poco decoroso nacer y vivir tan cerca del ojete de un marrano, pero de eso nada. Desde aquí se puede apreciar perfectamente lo bonitos que tiene los andares este animalico. Algunas veces me quita el ver ese rabo que parece un sacacorchos pero no se me escapan las miradas que le echa la gente al culete del marrano. Babean y todo. No me extraña porque… ¡anda que no hemos salvado a gente de morir de hambre! Con nuestro primo colesterol hemos dado de comer a muchos humanos. Les habremos atacañado las arterías de broza y morralla, no digo que no, pero tampoco es para que, esos señores con batas blancas, se pongan así con nosotros ¡hombre! Además, si no saben aguantar una broma, pues que se vayan del pueblo, como decía Gila. Seguro que no va a haber transaminasas y eosinófilos peores que nosotros. Lo que pasa es que no han mirado bien y nos quieren hacer cargar con las culpas de todo. ¡No te jode! ¿De qué, hombre, de qué?.
Ahora porque lo miran todo, si no… Ya le podían decir al primero que hizo un chorizo que lo dejara, que estaba bardadico de triglicéridos. Lo listo que tuvo que ser ¿verdad?. ¿Quién sería la primera persona que se le ocurrió descuartizar a un marranico y aplicarle, a cada cacho una técnica distinta con el fin llenar primero la barriga y después la despensa y el sobrao de la casa?.
Parece que lo estoy viendo, rascándose la cabeza por debajo de la gorra y fijándose bien en el hocico del marrano. Al cabo de un rato de dar vueltas al bicho tuvo que ir planeando lo que hacer con cada cacho. Tuvo que pensar que, como seguramente el marrano tendría sangre e hígado, lo repartiría, en un plato de Duralex, tapado con la rede, algún sobrino suyo que ese día no iría a la escuela. Tuvo que decir “y que no se me olvide llevarle a Sagrario la pajarilla, que a Paulino le sabe po’l alma”. Mirándole las patas, se debía estar relamiendo imaginándose un cacho coto en el cocido. “Y con ese culo gordo ¿qué hago?. Porque pa comerlo de una sentada es mucho… Tengo que probar a ponerle sal y colgarlo al aire a ver qué me sale. Lo que si me hace falta es jabón con que, si se me pone añejo el tocino, ya sé qué hacer con él. Y la facera pa’l perro de Manolito que las enciende…”
No creo que, así a primera vista, cayera en la cuenta que escarnando los huesos, picando la carne, envolviéndola con ajo, sal, pimentón y orégano y colgándola, metida en tripas, en el sobrao de la casa le fuesen a quedar unas lamparillas que ni las del Corazón de Jesús que llevan por las casas. Ya sería la repera si le ocurre todo eso nada más ver un animal así. No estaría de más que alguien investigara sobre el particular porque alguien con ese buen ojo y ese buen gusto, merece una consideración.