MALVA: CRÓNICAS DE UN PUEBLO...

CRÓNICAS DE UN PUEBLO
Cuando recojan la siguiente ensaladera, nuestros tenistas deberían saber el porque del dominio español en la tierra batida. Porque sí, ahora mucho “ ¡podemos!”, mucho “ ¡la roja!” y mucho “ ¡oe, oe, oe!”, pero si no es porque, en la década de los setenta, unos cuantos “adelantaos” de Malva pusieron la semillita, ¡a ver de qué!.
Creo que la idea surgió de Benjamín el de Teonila, aunque no andarían mu lejos ni mi hermano Herminio, ni Gapi, que también tenían mucho vicio por cualquier deporte. En La capilla, donde siempre se jugó a la pelota, al colo, al bote, a las mecas, etc, etc. hasta que la zona de ocio se trasladó a uno de los polideportivos mejor situados que he visto yo en mi vida, les dio por preparar una pista de tenis.
Por aquel entonces, de tenis se veía algo, aunque con muchas chispas, en el UHF, así que no es de extrañar que confundieran el material del que estaba hecha la pista donde Santana y Orantes se batían el cobre. Lo que era evidente es que se ponían los calcetines de los tenistas perdidos de polvo. Aquello que Juan José Castillo (el que decía “ ¡entró, entró!”) llamaba tierra batida, en Malva tendría que ser tierra trillada, que es lo más parecido. Como no disponían de batidora de tierra ni cortos ni perezosos engancharon un trillo a un tractor y “batieron” todo lo que pudieron la tierra de La capilla. Con agua del pozo de mi abuela Saturnina se regaba un poco para que quedara más bonito. Para la red cosieron a una cuerda atada a dos palos clavados en el suelo, unos sacos de patatas que sacaron de la tienda de la “señá Inacia”.
Pero lo más auténtico eran las raquetas. Las prepararon con tablas serradas como si fueran las de la carne. Por supuesto eran completamente macizas para ahorrarse el tener que ir a casa de Esquete, el de Toro, a ponerle cuerdas nuevas cada poco. Pa’ levantar aquello, había que desayunar fuerte y merendar el pan con manteca colorada que había en todas las casas antes de que llegara la Nocilla. Se ponían los brazos bien gordos de mover tanto peso y las manos llenicas de bojas de agarrar aquel mango. Eso si no se te clavaba una escanda.
Recuerdo que durante una de aquellas sesiones de tenis que nos metíamos, llegaron a avisar a Enrique, el médico que estuvo a pupilo en ca’ Aurelia, de que habían encontrado muerto a Goyo Penitas, en la caseta de Tirso.
Años más tarde, trasladamos el campo, sin duda por especializarnos en otra superficie como hacen en el Open Usa, a la puerta de mi madre. Clavábamos una punta en la pared de la panera de mi casa y allí sujetábamos la cuerda que nos servía de red. El otro extremo de la cuerda lo arreatábamos a un morrillo y lo dejábamos en los pasones de Mercedes. De vez en cuando había que tensar un poco la cuerda (para evitar los saques directos) o bajarla completamente para que pasara algún vehículo o algún atajo mecas.
Por entonces, ya teníamos raquetas una miaja más ligeras, aunque todas llevaban el cordaje roto, por mucho que lo reforzaras con alambres o con cuerdas de tender la ropa. Lo que no recuerdo es que a nadie se le metiera el calzoncillo por la raja del culo. Eran otros tiempos... ¡y otros gayumbos!.

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