MALVA: CRÓNICAS DE UN PUEBLO...

CRÓNICAS DE UN PUEBLO

Cuando empezábamos a salir de fiesta los domingos, lo menos el noventa por ciento de nosotros no lo hacíamos, ni por amor ni por sexo, lo hacíamos por gastar, en vino o en algún cubata, los cuarenta duros que nos daban de propina. Antes de ponernos a hacer dedo ocupando toda la cuneta que va desde el empalme hasta la caseta de Laureano, para ver si alguien nos llevaba a Toro, echábamos primero unas manos al julepe o la negra, por si, con una buena tarde, le rimplabas el dinero a los demás y te hacías el amo. Aunque no era poco si los mayores, Jmg, Andrés, Toño el Rácano o Luisito, con dinero de sobra que cubriera apuestas, aparecieran por la sombra de la casta de David, y nos lo llevaran a alguno de nosotros.
A Alfredo y a Pon, con un viciarraco por las cartas que, como sabéis, todavía les dura, acompañados muchas veces por Javi la Parra, les solían quedar ganas y dinero, para seguir jugándoselo en Toro, antes de emprenderla a vinos y raciones de callos donde El Ojo la Borrega o pimientos picantes en el Micasa o morro en el Mesón Zamora. Siempre fueron caros los pinchos en Toro, así que no era de extrañar que, para no pasar hambre, trataran de ganar algún dinerillo más.
Así que encontraron un bar en la calle que va al Doña Elvira, frente al Montecarlo, donde unos de Toro preparaban unas timbas, exactamente con la misma intención que Pon y Alfredo. Tan es así, que después de tres o cuatro domingos de mala racha, Pon le debía a uno de los de Toro cerca de 15000 pts. de las de entonces.
El acreedor, por lo suculento del importe adeudado, no las tenía todas consigo, es más, casi daba por cierto que no vería un duro, porque aquel sistema del debo-debo que traían, no le ofrecía garantía ninguna. Tras una nueva jugada, Pon tuvo que echar mano al bolso para buscar alguna calderilla y entre los dedos le asomó el último billete de quinientas pesetas que le quedaba. El de Toro, que lo vio, abrió un ojo como un lagarto y empezó a echar cuentas, rascándose la cabeza:
- De manera que entonces son 15000 las que me debes, ¿no?
- Por ahí anda, sí, ¿por qué?
- Porque, casi mejor, me das esas quinientas pesetas que tienes en el bolso y te perdono el resto, propuso el de Toro.
- ¡Tú juega y calla!, replicó Pon, tan seguro de su suerte como de que el acreedor no vería un duro.