El Viejo Labrador se queda sólo frente a la calabaza y, mirándola con sentimiento, desgrana su monólogo cotidiano: «Calabaza, se acaba un nuevo día y, como todas las tardes, quiero despedirme de ti. Quiero despedirme y darte las gracias una vez más por seguir con nosotros. Tú, que podías estar en la mesa de los ricos y de los poderosos, has elegido el humilde bancal de un pobre viejo para dar ejemplo al mundo. Yo no puedo olvidar que en los momentos más difíciles de mi vida, cuando mi hermana se quedó preñada del negro o cuando me caparon el hurón a mala leche, sólo tú prestabas oídos a mis quejas e iluminabas mi camino. Calabaza, yo te llevo en el corazón…»