Las vírgenes negras aparecen mencionadas en el Cantar de los Cantares: "nigra sum sed formonsa filiae Hierusalem sicut tabernacula Cedar sicut pelles Salomonis". Precisamente, la Orden del Temple, autorizada en el año 1118, tuvo su primera residencia en las ruinas del templo de Salomón, una construcción octogonal cedida por el rey Balduino de Jerusalén, el mismo monarca que dió carta blanca a la congregación.
Los templarios fueron grandes difusores de esta iconografía, y en varios de sus recintos sagrados se celebraban romerías en las que los asistentes se imbuían de la energía universal allí manifestada a través de la Madre-Tierra, personificada en la imagen de la virgen negra que presidía los cultos.
La mayoría de las vírgenes negras muestran unos rasgos morfológicos comunes: semblante hierático, rasgos orientalizantes aunque nunca negroides, mirada esotérica que cautiva a quien la contempla y actitud pasiva ante el espectador. Su disposición suele variar en función de su época de ejecución; así, las románicas se hallan sedentes, y la mayoría de las góticas de pie, sin que en ellas se refleje el naturalismo propio de otras efigies coetáneas de María.
Varias se hallan labradas en madera o piedra negra, mientras que otras han sido pintadas de negro (en algunos casos, ello no se hacía con el Niño al considerarse un color impropio para representar al Hijo de Dios), incluso las hay que en su origen lucían pintura negra que luego fue eliminada para convertirlas en vírgenes blancas.
Los templarios fueron grandes difusores de esta iconografía, y en varios de sus recintos sagrados se celebraban romerías en las que los asistentes se imbuían de la energía universal allí manifestada a través de la Madre-Tierra, personificada en la imagen de la virgen negra que presidía los cultos.
La mayoría de las vírgenes negras muestran unos rasgos morfológicos comunes: semblante hierático, rasgos orientalizantes aunque nunca negroides, mirada esotérica que cautiva a quien la contempla y actitud pasiva ante el espectador. Su disposición suele variar en función de su época de ejecución; así, las románicas se hallan sedentes, y la mayoría de las góticas de pie, sin que en ellas se refleje el naturalismo propio de otras efigies coetáneas de María.
Varias se hallan labradas en madera o piedra negra, mientras que otras han sido pintadas de negro (en algunos casos, ello no se hacía con el Niño al considerarse un color impropio para representar al Hijo de Dios), incluso las hay que en su origen lucían pintura negra que luego fue eliminada para convertirlas en vírgenes blancas.