<<EL PERRO Y EL FRASCO >>
-Lindo perro mío, buen perro, chucho querido, acércate y ven a
respirar un excelente perfume, comprado en la mejor perfumería de la
ciudad.
Y el perro, meneando la cola, signo, según creo, que en esos
mezquinos seres corresponde a la risa y a la sonrisa, se acerca y pone
curioso la húmeda nariz en el frasco destapado; luego, echándose atrás con
súbito temor, me ladra, como si me reconviniera.
- ¡Ah miserable can! Si te hubiera ofrecido un montón de excrementos
los hubieras husmeado con delicia, devorándolos tal vez. Así tú, indigno
compañero de mi triste vida, te pareces al público, a quien nunca se ha de
ofrecer perfumes delicados que le exasperen, sino basura cuidadosamente
elegida.
-Lindo perro mío, buen perro, chucho querido, acércate y ven a
respirar un excelente perfume, comprado en la mejor perfumería de la
ciudad.
Y el perro, meneando la cola, signo, según creo, que en esos
mezquinos seres corresponde a la risa y a la sonrisa, se acerca y pone
curioso la húmeda nariz en el frasco destapado; luego, echándose atrás con
súbito temor, me ladra, como si me reconviniera.
- ¡Ah miserable can! Si te hubiera ofrecido un montón de excrementos
los hubieras husmeado con delicia, devorándolos tal vez. Así tú, indigno
compañero de mi triste vida, te pareces al público, a quien nunca se ha de
ofrecer perfumes delicados que le exasperen, sino basura cuidadosamente
elegida.
UN GRACIOSO
POEMAS EN PROSA
Era la explosión del año nuevo:
caos de barro y nieve,
atravesado por mil carruajes,
centelleante de juguetes y de bombones,
hormigueante de codicia y desesperación;
delirio oficial de una ciudad grande,
hecho para perturbar el cerebro
del solitario más fuerte.
Entre todo aquel barullo y estruendo
trotaba un asno vivamente,
arreado por un tipejo que empuñaba el látigo.
Cuando el burro iba a volver la esquina
de una acera,
un señorito enguantado, charolado, cruelmente acorbatado y aprisionado en un traje nuevo,
se inclinó, ceremonioso, ante el humilde animal,
y le dijo, quitándose el sombrero:
« ¡Se lo deseo bueno y feliz!»
Volviose después con aire fatuo
no sé a qué camaradas suyos,
como para rogarles que añadieran
aprobación a su contento.
El asno,
sin ver al gracioso,
siguió corriendo con celo hacia donde
le llamaba el deber.
A mí me acometió súbitamente una rabia
inconmensurable
contra aquel magnífico imbécil,
que me pareció concentrar en sí
todo el ingenio de Francia.
CHARLES BAUDELAIRE
POEMAS EN PROSA
Era la explosión del año nuevo:
caos de barro y nieve,
atravesado por mil carruajes,
centelleante de juguetes y de bombones,
hormigueante de codicia y desesperación;
delirio oficial de una ciudad grande,
hecho para perturbar el cerebro
del solitario más fuerte.
Entre todo aquel barullo y estruendo
trotaba un asno vivamente,
arreado por un tipejo que empuñaba el látigo.
Cuando el burro iba a volver la esquina
de una acera,
un señorito enguantado, charolado, cruelmente acorbatado y aprisionado en un traje nuevo,
se inclinó, ceremonioso, ante el humilde animal,
y le dijo, quitándose el sombrero:
« ¡Se lo deseo bueno y feliz!»
Volviose después con aire fatuo
no sé a qué camaradas suyos,
como para rogarles que añadieran
aprobación a su contento.
El asno,
sin ver al gracioso,
siguió corriendo con celo hacia donde
le llamaba el deber.
A mí me acometió súbitamente una rabia
inconmensurable
contra aquel magnífico imbécil,
que me pareció concentrar en sí
todo el ingenio de Francia.
CHARLES BAUDELAIRE