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El lago de Sanabria absorbió el agua evitando una catástrofe mayor en los pueblos cercanos al río. De los 549 habitantes del pueblo 144 fueron arrastrados por el agua, solamente 28 fueron recuperados y dados oficialmente por muertos. 116 cuerpos en su mayoría niños jamás se recuperaron. Al oír el ruido del agua algunos se salvaron subiéndose a la torre de la iglesia, otros en los tejados, en los negrillos (Olmos) y en los montes cercanos. Varias personas perdieron la vida al tratar de recuperar sus efectos personales. El escritor Alberto Vázquez-Figueroa participo activamente en el rescate de los cadáveres, en algunas de sus obras hace referencia a este suceso, en el libro Sultana Roja reseña: A la mañana siguiente abandone Orense para dirigirme directamente al lago de Sanabria y sentarme a almorzar en su orilla. Hacia tiempo que quería visitar el lugar del que tanto hablaba Sebastián, que siendo soldado había sido enviado a Ribadelago para participar en el rescate de docenas de víctimas a las que la muerte sorprendió en pleno sueño. Y en el libro Anaconda escribe: El siglo Xx, con sus máquinas y su técnica, ha trastocado por completo los conceptos. ¿Qué podía existir más seguro, pacífico y tranquilo que una pequeña aldea campesina a orillas del lago Sanabria en el mes de enero de 1959, cuando ni guerras, ni terremotos, ni tempestades azotaban el mundo?
Sin embargo, fue allí en Ribadelago, donde tuve mi primer encuentro con la muerte y la tragedia, y pasarían muchos años hasta el terremoto de Perú antes de que volviera a tropezarme con un espectáculo tan alucinante.
Ribadelago: una aldea que duerme, una técnica mal aplicada y una presa que se viene abajo arrastrando al pueblo y a todos sus habitantes a las heladas aguas del lago Sanabria.
La noticia conmovió a España y al mundo, aunque no fuera ni la primera ni la última de idénticas características. En Ribadelago tan sólo algo era ligeramente distinto: los muertos no podían ser recuperados porque se hallaban aprisionados en el fondo de un lago.
Días de espera de los parientes aguardando que el agua devolviera a sus víctimas, pero éstas no volvían, retenidas en el fondo por cables, autos, carretas, vigas, postes de teléfono...
Al fin se pidió la colaboración de submarinistas voluntarios, y allí nos presentamos los viejos compañeros del "Cruz del Sur"; los hermanos Manglano, Padrol, De la Cueva, Ribera... y los del CRIS: Vidal, Admetlla...
Fue, quizás, una de las más tristes y desagradables experiencias de mi vida sumergirnos en un agua a punto de congelación sin trajes de inmersión apropiados, con una visibilidad nula a causa del barro y los detritos, tanteando acá y allá a la búsqueda de cadáveres que se deshacían al tocarlos.
Por absurdas razones de índole política, el mando de la operación no había ido a parar a manos de Padrol, Admetlla, o Vidal, submarinistas de experiencia, sino a las de un dentista, ex alumno mío del "Cruz del Sur", donde había obtenido un carnet de tercera clase, que a punto estuvo de aumentar la cuenta de los cadáveres de Ribadelago con algunos de nosotros, a causa de un absoluto desconocimiento de las más elementales reglas de la inmersión.
Al pobre Manolo de la Cueva tuvieron que sacarlo inconsciente y a punto de ahogarse, y todo acabó como suelen acabar estas cosas: marchándose cada cual a su casa, asqueado y resentido.
Fue ése, quizás, el final de mi vida como submarinista en activo, y coincidió, también, con el final de mi vida como estudiante.
El 60 por ciento de las viviendas fueron destruidas, desapareciendo también el 75% de los animales. Las pérdidas económicas totales se cifraron entonces en más de 87 millones de pesetas, según el informe utilizado en el juicio que se celebró años después en el que no se incluían los costes de limpieza de todos los escombros y reparación de tierras. Tras conocerse la tragedia, llegaron a recaudarse 12 millones de pesetas en donativos, incluso desde Nueva Zelanda, a los que se sumó 1 millón de la recaudación del partido de fútbol jugado por el Real Madrid contra el Fortuna de Dusseldorf Alemán, un millón aportado por el Banco de España y 1,7 millones de pesetas aportados por la Iglesia. La antigua Maternidad provincial de Zamora se habilito como almacén de especies, ropas y enseres. El estado pagó una indemnización de 95.000 pesetas por hombre fallecido, 80.000 pesetas por mujer y 25.000 pesetas por niño. Ribadelago fue adoptado por Franco y se encomendó la reconstrucción del pueblo al Ministerio de la Vivienda. Tras varias deliberaciones y debates entre los vecinos sobre el nuevo emplazamiento, surgió el nuevo Ribadelago de Franco, construido entre los años 1959 y 1962 en una zona más sombría que la original y apartada de los pastizales y tierras de cultivo pero más seguro ante otras posibles catástrofes.
Se nombra perito al ingeniero Eduardo T. Miret, en su informe inacabado (fallece el día 21-6-1961) apunta varias causas como posible rotura de la presa; deficiente construcción en los materiales empleados, distintos comportamientos de contracción a muy bajas temperaturas del hormigón y el granito, fisuras en la presa, grandes precipitaciones de agua y nieve el día 8 y 9, los encargados de abrir la compuerta no pueden acceder a ella por el mal tiempo solamente se abre 25 cm. en la tarde del día 8. etc. El juicio sobre la tragedia de Ribadelago se celebró los días 11,12,13,14 y 15 de marzo de 1963 en Zamora. La empresa Hidroeléctrica Moncabril (años mas tarde fue absorbida por Unión Fenosa) fue condenada a pagar 19.378.732 pts.
El lago de Sanabria absorbió el agua evitando una catástrofe mayor en los pueblos cercanos al río. De los 549 habitantes del pueblo 144 fueron arrastrados por el agua, solamente 28 fueron recuperados y dados oficialmente por muertos. 116 cuerpos en su mayoría niños jamás se recuperaron. Al oír el ruido del agua algunos se salvaron subiéndose a la torre de la iglesia, otros en los tejados, en los negrillos (Olmos) y en los montes cercanos. Varias personas perdieron la vida al tratar de recuperar sus efectos personales. El escritor Alberto Vázquez-Figueroa participo activamente en el rescate de los cadáveres, en algunas de sus obras hace referencia a este suceso, en el libro Sultana Roja reseña: A la mañana siguiente abandone Orense para dirigirme directamente al lago de Sanabria y sentarme a almorzar en su orilla. Hacia tiempo que quería visitar el lugar del que tanto hablaba Sebastián, que siendo soldado había sido enviado a Ribadelago para participar en el rescate de docenas de víctimas a las que la muerte sorprendió en pleno sueño. Y en el libro Anaconda escribe: El siglo Xx, con sus máquinas y su técnica, ha trastocado por completo los conceptos. ¿Qué podía existir más seguro, pacífico y tranquilo que una pequeña aldea campesina a orillas del lago Sanabria en el mes de enero de 1959, cuando ni guerras, ni terremotos, ni tempestades azotaban el mundo?
Sin embargo, fue allí en Ribadelago, donde tuve mi primer encuentro con la muerte y la tragedia, y pasarían muchos años hasta el terremoto de Perú antes de que volviera a tropezarme con un espectáculo tan alucinante.
Ribadelago: una aldea que duerme, una técnica mal aplicada y una presa que se viene abajo arrastrando al pueblo y a todos sus habitantes a las heladas aguas del lago Sanabria.
La noticia conmovió a España y al mundo, aunque no fuera ni la primera ni la última de idénticas características. En Ribadelago tan sólo algo era ligeramente distinto: los muertos no podían ser recuperados porque se hallaban aprisionados en el fondo de un lago.
Días de espera de los parientes aguardando que el agua devolviera a sus víctimas, pero éstas no volvían, retenidas en el fondo por cables, autos, carretas, vigas, postes de teléfono...
Al fin se pidió la colaboración de submarinistas voluntarios, y allí nos presentamos los viejos compañeros del "Cruz del Sur"; los hermanos Manglano, Padrol, De la Cueva, Ribera... y los del CRIS: Vidal, Admetlla...
Fue, quizás, una de las más tristes y desagradables experiencias de mi vida sumergirnos en un agua a punto de congelación sin trajes de inmersión apropiados, con una visibilidad nula a causa del barro y los detritos, tanteando acá y allá a la búsqueda de cadáveres que se deshacían al tocarlos.
Por absurdas razones de índole política, el mando de la operación no había ido a parar a manos de Padrol, Admetlla, o Vidal, submarinistas de experiencia, sino a las de un dentista, ex alumno mío del "Cruz del Sur", donde había obtenido un carnet de tercera clase, que a punto estuvo de aumentar la cuenta de los cadáveres de Ribadelago con algunos de nosotros, a causa de un absoluto desconocimiento de las más elementales reglas de la inmersión.
Al pobre Manolo de la Cueva tuvieron que sacarlo inconsciente y a punto de ahogarse, y todo acabó como suelen acabar estas cosas: marchándose cada cual a su casa, asqueado y resentido.
Fue ése, quizás, el final de mi vida como submarinista en activo, y coincidió, también, con el final de mi vida como estudiante.
El 60 por ciento de las viviendas fueron destruidas, desapareciendo también el 75% de los animales. Las pérdidas económicas totales se cifraron entonces en más de 87 millones de pesetas, según el informe utilizado en el juicio que se celebró años después en el que no se incluían los costes de limpieza de todos los escombros y reparación de tierras. Tras conocerse la tragedia, llegaron a recaudarse 12 millones de pesetas en donativos, incluso desde Nueva Zelanda, a los que se sumó 1 millón de la recaudación del partido de fútbol jugado por el Real Madrid contra el Fortuna de Dusseldorf Alemán, un millón aportado por el Banco de España y 1,7 millones de pesetas aportados por la Iglesia. La antigua Maternidad provincial de Zamora se habilito como almacén de especies, ropas y enseres. El estado pagó una indemnización de 95.000 pesetas por hombre fallecido, 80.000 pesetas por mujer y 25.000 pesetas por niño. Ribadelago fue adoptado por Franco y se encomendó la reconstrucción del pueblo al Ministerio de la Vivienda. Tras varias deliberaciones y debates entre los vecinos sobre el nuevo emplazamiento, surgió el nuevo Ribadelago de Franco, construido entre los años 1959 y 1962 en una zona más sombría que la original y apartada de los pastizales y tierras de cultivo pero más seguro ante otras posibles catástrofes.
Se nombra perito al ingeniero Eduardo T. Miret, en su informe inacabado (fallece el día 21-6-1961) apunta varias causas como posible rotura de la presa; deficiente construcción en los materiales empleados, distintos comportamientos de contracción a muy bajas temperaturas del hormigón y el granito, fisuras en la presa, grandes precipitaciones de agua y nieve el día 8 y 9, los encargados de abrir la compuerta no pueden acceder a ella por el mal tiempo solamente se abre 25 cm. en la tarde del día 8. etc. El juicio sobre la tragedia de Ribadelago se celebró los días 11,12,13,14 y 15 de marzo de 1963 en Zamora. La empresa Hidroeléctrica Moncabril (años mas tarde fue absorbida por Unión Fenosa) fue condenada a pagar 19.378.732 pts.