Bien, pues ese bello
paisaje, simbolizado en el roble y en el lobo, es el paisaje de nuestra vida. En él tenemos las risas y los llantos, las esperanzas y los miedos. En él está el amor y las pasiones, el trabajo, los sueños, los difuntos. En él sufrimos la guerra, el hambre, la emigración... Pero no vendimos la
casa. ¿Por qué? Porque en el fondo esperábamos la vuelta, porque el paisaje de la niñez es el paisaje del corazón, porque el roble y el lobo, como raíces permanentes de nuestra zarandeada
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