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MUELAS DE LOS CABALLEROS: MOLINOS EóLICOS: PAISAJE, SIMBOLOGíA (Mariano Estrada)...

MOLINOS EóLICOS: PAISAJE, SIMBOLOGíA

(Mariano Estrada)
Mis sentimientos por Muelas de los Caballeros y, en general por la comarca zamorana de la Carballeda, ya hace mucho tiempo que han quedado patentes en algunos de mis libros, especialmente en Tierra Conmovida, Trozos de Cazuela Compartida y Hojas Lentas de Otoño, éste último distinguido con el premio Internacional de Poesía "Ciudad de Torrevieja" del año1997. En él, pero implícitamente también en los primeros, el roble tiene una presencia pertinaz, constante, casi abrumadora. ¿Podía ser de otro modo para alguien que ha nacido entre robles, que ha buscado en ellos el nido de las gayas o las urracas, que ha comido a su sombra en los calores justicieros de la hoz y de la miés, que ha templado los fríos de alta noche al amor de una lumbre alimentada con sus troncos de conversación? ¿Podía ser de otro modo para alguien que ha llevado el ramajo y las bellotas al lentísimo invierno de los ganados, para alguien que ha tenido eternamente a la vista el envigado de la casa, el generoso corredor, el arado, el yugo, el bieldo, la carreta...? ¿Podía ser de otra forma para alguien que ha mirado al dolor en el otoño y ha enjugado sus lágrimas con la belleza extensa de infinitas hojas ocres? No, no podía ser de otra forma, "Pues roble es, y duro / el paisaje gozoso de esta muerte"...

Nada tiene de extraño, por tanto, que en mis recientes escritos sobre el proceso de los molinos eólicos, el roble se haya erigido como símbolo de una flora multiplicada que los carballeses llevamos en la sangre, con la misma intensidad que otros llevan la selva, el desierto o el mar.

En cuanto al lobo, poco presente en mis libros de poesía y más en mis prosas posteriores, se ha ganado a pulso su categoría de símbolo de una fauna autóctona realmente riquísima. En el decurso de un tiempo no muy largo -y a través de un proceso racional en el que algo habrá tenido que ver el profesor Rodríguez de La Fuente-, de enemigo público, de gran ajagador, de tenebroso depositario de sanguinarias leyendas, ha pasado a ser el miembro más valioso de una comunidad amenazada.

Bien, pues ese bello paisaje, simbolizado en el roble y en el lobo, es el paisaje de nuestra vida. En él tenemos las risas y los llantos, las esperanzas y los miedos. En él está el amor y las pasiones, el trabajo, los sueños, los difuntos. En él sufrimos la guerra, el hambre, la emigración... Pero no vendimos la casa. ¿Por qué? Porque en el fondo esperábamos la vuelta, porque el paisaje de la niñez es el paisaje del corazón, porque el roble y el lobo, como raíces permanentes de nuestra zarandeada forma de vida, nos siguen atando a las aldabas de la puerta, ésas que se amarran a la esencia y a los muros de tiempo y de granito.

¿Dejaremos profanar ese paisaje por los estragos de una instalación eólica gigantesca en la que, "ad maiorem Dei gloriam", son otros los que se llevarán el beneficio?¿Y lo haremos ahora, cuando ya tenemos cubiertas las necesidades fundamentales?¿De verdad permitiremos que se estrellen los pájaros contra esas aspas metálicas? ¿Permitiremos ese atentado criminal contra los robles? Y nosotros, ¿huiremos finalmente por los obligados derrumbaderos del lobo?

Mariano Estrada, 20-11-2000

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