Sobre un silencio esencial y una calma de densidades perceptibles, la tarde se extendía en un susurro de árboles y un piar creciente de pájaros. La torre de la Iglesia, con su veleta de gallo venturoso, apuntaba hacia un oscuro azul, un cielo extenso con purezas de campo y de montaña. Finalmente, una brisa suave y cadenciosa corría por las calles con las melazas de agosto.