Hummmm... Las matanzas ¡eran una gozada! sobre todo para los que éramos pequeños.
Yo también recuerdo que el cerdo gritaba con el convencimiento de saber que lo iban a matar. Pero o Ferreiro hacía bien su trabajo y su muerte era rápida. Y rápida era mi abuela recogiendo su sangre espumosa, ¡y más rápidos éramos nosotros devorando aquellas filloas que hacía!.
Las mesas eran enormes, los invitados muchos y la comida interminable. Qué cocido, madre mía. Aquellas mujeres no paraban de trabajar. Los mayores estaban muy contentos y eso redundaba en que los pequeños lo pasábamos pipa.
Además luego había que hacer los chorizos, todos juntos de nuevo alrededor de la lumbre, contando historias, mi madre con los brazos remangados y rojos del pimentón dándole vueltas al mondongo, aquella fabulosa máquina clavada en una mesa embutiendo mágicamente la carne en las tripas, la esperada ¡prueba de los chichos!, los largueros cargados de chorizos y salchichones relucientes,...
Francamente, eran la mejor de las fiestas. Ya no hay nada igual.
Yo también recuerdo que el cerdo gritaba con el convencimiento de saber que lo iban a matar. Pero o Ferreiro hacía bien su trabajo y su muerte era rápida. Y rápida era mi abuela recogiendo su sangre espumosa, ¡y más rápidos éramos nosotros devorando aquellas filloas que hacía!.
Las mesas eran enormes, los invitados muchos y la comida interminable. Qué cocido, madre mía. Aquellas mujeres no paraban de trabajar. Los mayores estaban muy contentos y eso redundaba en que los pequeños lo pasábamos pipa.
Además luego había que hacer los chorizos, todos juntos de nuevo alrededor de la lumbre, contando historias, mi madre con los brazos remangados y rojos del pimentón dándole vueltas al mondongo, aquella fabulosa máquina clavada en una mesa embutiendo mágicamente la carne en las tripas, la esperada ¡prueba de los chichos!, los largueros cargados de chorizos y salchichones relucientes,...
Francamente, eran la mejor de las fiestas. Ya no hay nada igual.