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PRADO: SOBRE EL ORIGEN DE NUESTRAS FIESTAS TRADICIONALES:...

SOBRE EL ORIGEN DE NUESTRAS FIESTAS TRADICIONALES:
El solsticio de invierno. La Navidad

Hace más de medio siglo, en pleno invierno, poco antes de salir de la escuela, la maestra en plan solemne nos advirtió: “Mañana os voy a explicar algo muy importante. ¡Que no falte nadie ¡Os enseñaré a sacar la raíz cuadrada”.
Esa misma tarde, en plena calle, al encontrar un criado a su hijo, que todavía iba a la escuela, le espetó: “Mañana sin falta tienes que venir conmigo al majuelo, tenemos que atropar vides”
El chaval le repitió lo que le había dicho la maestra: “Mañana os voy a explicar algo muy importante. ¡Que no falte nadie ¡Os enseñaré a sacar la raíz cuadrada”.
El padre respondió escopetado: “ ¡Coño ¡¡Lo que me faltaba ¡Toda la vida en el campo, cavando, y nunca he visto una raíz cuadrada”.

Bromas a parte. Nos podemos pasar toda la vida sin saber cuál es el origen, la raíz, de nuestras fiestas tradicionales, y eso que éstas se convierten en referencia cultural de primer orden. El paso del tiempo ha hecho que nos queden parte de sus ritos, pero no demasiado el por qué de la celebración. Así lo entiende Joaquín Díaz: “…los actos que acompañan a las conmemoraciones, tienen mayores posibilidades de resistir al paso del tiempo que las propias ideas que los generaron, probablemente porque los primeros necesitan menos de la meditación y mucha más del espléndido y hermoso oficio del vivir”.
Nuestras fiestas tradicionales tienen un origen pagano. Pagano viene de “pagus” y significa: campo, aldea. Ese hombre pagano, aunque muchos no lo entiendan así, era creyente. Creía en los antiguos dioses. Según Luis Díaz G. Viana, “La nuestra fue -gracias a los dioses- tierra de paganos (romanizados o no) por los siglos de los siglos. Y aún podríamos intuir y reconstruir cercanamente la vida de aquellos ancestros de no ser por la influencia “bárbara” del cristianismo más institucional”.

El sol es el principal de nuestros astros, el astro rey. Nos da luz y calor. Razones suficientes para que el pagano que vivía del campo le rindiera culto, le ofreciera los mejores sacrificios y celebrase de forma especial su nacimiento en el solsticio de invierno, cuando los días comienzan a crecer, cuando termina el otoño y comienza el invierno.
El Sol es el Señor, el Dios, el “domus” latino de donde procede nuestro domingo, al que dedicamos un día a la semana. El dies solis pagano, el de la denominación astral, se cristianiza y pasa a denominarse dies dominica o día del Señor. El resto de los días se los dedicamos a cada uno de los astros perceptibles a simple vista, sin necesidad de telescopio; ellos también están consagrados a una sola divinidad: Luna, Marte, Mercurio, Júpiter, Venus y Saturno.

El ciclo anual se inicia cuando el Sol, divinidad superior para todos los paganos, nace, cuando los días comienzan a ser más luengos y las noches más cortas. Los romanos celebraban las Fiestas Saturnales del 17 al 23 de diciembre y el día 24 celebraban el “Nacimiento del Sol” (Natalis Invicti Solis). Los persas lo identifican con Mitra, posiblemente derivado del Mitra indio, recogido posteriormente por los griegos de Asia Menor y rápidamente adoptado por los romanos, cuyo culto se difundió en el s. II. Los adoradores de Mitra celebran el día del Sol, nuestro domingo, con cultos litúrgicos

y reuniones crepusculares. Las fiestas mitráicas del deus sol invictus han de relacionarse con las propias de nuestro ciclo navideño. Y no nos olvidemos de los ritos druídicos de los celtas como antecedente cultural de las fiestas del solsticio invernal.

Como no se puede saber la fecha de nacimiento del dios cristiano, Jesús, el papa Liberio propuso, en el año 354, el 25 de diciembre que, ¡oh casualidad!, es la que terminó imponiéndose, frente a las propuestas de los Padres de la Iglesia, Clemente Alejandrino que situaba la Navidad el 18 de abril y san Epifanio el 6 de enero (esta es la que adoptó la Iglesia de Oriente).

Durante el solsticio de invierno, a finales del otoño e inicios del invierno, al final y al comienzo del año solar, se celebran las Mascaradas. Fiestas que aún perduran con el paso de los siglos y aguantando el envite del judeo-cristianismo que no ha cesado de acosar a quienes han tenido el valor de resistirse. Son fruto del encuentro fecundo entre culturas de diferentes tiempos y lugares, con orígenes muy distintos y arraigadas en una sociedad eminentemente agrícola.
Las Mascaradas son celebraciones rituales de carácter burlesco en la que intervienen uno o más personajes. Con vestimentas muchas veces zoomórficas, rebosantes de colorido y portando algún utensilio zahiriente, al tiempo que transporta algunos instrumentos muy ruidosos haciéndolos sonar con sus nalgas. Nos referimos a los “zangarrones”, “zancarrones”, “zamarrones”, “mazarrones”, “zaharrones”, “botargas”, reyes bufos y demás autoridades propiciatorias de origen pagano. Para Ramón Menéndez Pidal, según lo recoge J. Caro Baroja, “…eran una clase especial de actores callejeros que divertían al público con funciones grotescas y chocarreras”; admitiendo el etnólogo que “cabe ampliar el punto de vista” dado por don Ramón.
Estas Mascaradas son celebraciones emparentadas con las Fiestas Saturnales, mencionadas más arriba, de las que son herederas. Eran fiestas licenciosas, durante las cuales se subvertían las clases sociales: los esclavos mandaban a sus amos, y estos les servían a la mesa. De ahí que siempre hayan estado mal vistas por todo tipo de poder y por eso en ocasiones prohibidas. Escenifican el enfrentamiento entre las fuerzas de la naturaleza que marcan el ritmo de las estaciones con el propio ritmo vital del hombre. La base de estos rituales es invocar la fertilidad de las tierras, animales y personas.
Ante la imposibilidad de desarraigar la tradición, fue asimilada por la iglesia, como ocurrió con el carnaval, que se convirtió en hijo ilegítimo de las fiestas Lupercales que se celebraban para conmemorar el inicio del año romano, el año lunar, en las kalendas de marzo. Los carnavales se situaron en el umbral de la cuaresma, para resaltar ésta. Según J. Caro Baroja: “…podría deducirse que fiestas del tipo de las “Saturnalia” se han mezclado con fiestas del tipo de las “Kalendae”,…”
La Navidad, que vino a solapar las fiestas del solsticio de invierno de las creencias paganas, se está convirtiendo en las fiestas profanas del culto al becerro de oro, donde lo que importa es la apariencia, el lujo, el consumo,.. El ídolo no es divino, sino humano. ¡Feliz Navidad!
Un saludo. Toño.

BIBLIOGRAFÍA
ALONSO PONGA, José Luis, Tradiciones y costumbres de Castilla y León, Castilla Ediciones., Valladolid, 1982.
BLANCO ÁLVARO, Carlos, De año y vez. Fiestas populares de Castilla y León, Caja España, Valladolid, 1993.
CARO BAROJA, Julio, Del viejo folklore castellano. Páginas sueltas, Ámbito, Valladolid, 1988.
DÍAZ G. VIANA, Luis, Viaje al interior. Una etnografía de lo cotidiano. Castilla Ediciones, Valladolid, 1999.
FRAZER, James George, La rama dorada. Magia y religión, Fondo de Cultura Económica, México, 1986.
GRIMAL, Pierre, Diccionario de mitología. Griega y romana, Paidós, Barcelona, 1984.
SÁNCHEZ DEL BARRIO, Antonio, Fiestas y ritos tradicionales, Castilla Ediciones, Valladolid, 1999.
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
Hola Antonio, soy Stella Maris Gangoso tu prima de Chaco Argentina, no sé si recibirás este mensaje, me gustaría saludarlos a vos y a Charo.
Mi correo es stellagangoso@yahoo. com. ar

Les mando un gran cariño a Charo y a vos,

Stella.