MÁS RECUERDOS DE MI ADOLESCENCIA
Hoy quisiera comentar algunas vicisitudes, que tuvimos que pasar los años de la posguerra. Debido a la escasez general que existía, había que trabajar muchísimo para poder subsistir las familias.
Os quiero hablar de mi experiencia personal, y lo que si deseo; es que sirva de reflexión a todos aquellos que lo lean y observen como se vivió aquellos años, y como se vive ahora.
Si comparamos, es infinitamente mejor la calidad de vida actual que la de entonces.
Es una pena que la calidad de vida, se haya deteriorado en los últimos años.
La abundancia, nos ha arrastrado a dejar de practicar los verdaderos valores que nos llevaron a la recuperación económica. Todos queríamos tener más y más y si no había, se pedía. Nos empeñábamos, sin tener en cuenta que si no había para pagar, antes o después podíamos ir a la quiebra.
Todos hemos practicado el ejemplo del dicho: ” Si otro puede, yo también”, y hemos querido vivir con esa premisa, sin darnos cuenta a donde nos llevaba. ¿Cómo nuestros hijos iban a ser menos que los del vecino?. No reparábamos en costes, y había que hacer lo posible y lo imposible, para que llegasen al mismo nivel o superarlos.
Muchas vacaciones, muchos viajes, mucha diversión. Soy de los que creo, que todo eso está muy bien; pero siempre guardando un poco para los imprevistos, sin tener que pedir préstamos a nadie para llevar ese ritmo de vida.
Si no se ahorra algo, te expones a que un buen día te encuentres en la ruina y después, ¿a quién recurres?.....
Ya en un artículo que titulé “Como se vivía en Pueblica después de la guerra civil”, señalaba detalles genéricos sobre los hechos y vivencias de aquellos años que yo recuerdo; pero hoy les voy a comentar algunos de los ínfimos, personales; ya que todos sería muy prolijo enumerar.
Debido a la situación geográfica donde se halla ubicado el pueblo, teníamos que trasladarnos a otras poblaciones más cercanas, para darle salida a los pocos excedentes que había de nuestras cosechas; y también para efectuar las compras necesarias de alimentación inexistente, herramientas para el trabajo, etc.
Estas poblaciones eran especialmente Benavente, Santibáñez de Tera y Tábara.
Pues bien, yo en mi caso, recuerdo que con mis ocho años, tener que viajar a Santibáñez de Tera, cada segundo día, para comprar en la farmacia medicamentos que eran imprescindibles para la salud de uno de mis hermanos pequeños. Era el mayor de los ocho hermanos y mi padre era imprescindible que trabajara el campo, sino como iba a mantener la familia.
Por las mañanas temprano montado en mi borrica, me trasladaba hasta la citada población; recogía la medicación y volvía lo más pronto que podía para después poder asistir a la escuela.
Tenía que traer para dos días, mas no podía, debido a que no se conservaba el medicamento, si no era en frigorífico; y entonces eso ni se conocía en el pueblo.
Yo en mi afán de regresar pronto, buscaba las sendas o veredas que me conducían al pueblo, y dejaba la carretera porque por ella hacía mucho rodeo.
Tomaba una senda desde la cuesta, que desde nuestro pueblo conduce a Santa María, por los límites entre esta población y Morales de Valverde, cruzaba el monte de la Carba y el de la Morana, y salía muy cerquita ya de Santibáñez, a la carretera. Después volvía por el mismo sitio e iba a la escuela, pues aunque llegara algo tarde, el maestro siempre me dejaba entrar, pues sabía lo que nos ocurría en casa.
Lo peor era cuando el arroyo “el Castrón”, venia crecido, pues tenía que pasar el vado. Algunas veces a la ida, tenía que levantar las piernas para arriba para no mojarme, incluso las alforjas se mojaban y ya después para casa venia por la carretera, aunque tardara bastante más. La borrica era muy buena y tiraba para adelante siempre.
Cuando pasaba al lado del monte “La Morana”, siempre recordaba como en aquel monte habían encontrado bastantes años antes un señor muerto, que al parecer habían robado y asesinado.
Por entonces cuando ocurría algún caso de estos, se cantaban coplas resaltando los hechos, y siempre me acodaba de aquella copla que decía: “ Por el monte La Morana, ya no se puede pasar, porque los hijos de Hilario, se han enseñado a matar; ay Hilario, ay Hilario… etc.….etc.. y pensaba yo que también a mi me podía ocurrir algo parecido; lo que me invitaba a meditar y rezar algunas de las oraciones que mis padres y sobre todo mis abuelas me habían enseñado. También servía para que en alguna ocasión aunque tuviera sed o hambre, me retuviera de coger uvas, ya maduras; de las viñas que había al otro lado de la senda por donde regresaba.
Como ya he indicado al principio, estos hechos, y otros similares que en otros artículos he relatado, me hacen pensar en la diferencia existente entre lo que pasamos aquellos años; y lo que disfrutan ahora nuestros pequeños, jóvenes y mayores. “Gracias a Dios”. Que no vuelvan a repetirse hechos como aquellos y que todos recapacitemos para evitarlos.
Hay demasiados lujos, y debemos tener en cuenta hasta donde podemos llegar y no pasarnos.
Sin más por ahora, un afectuoso saludo para todos.
Arturo Galende Palacios.
Hoy quisiera comentar algunas vicisitudes, que tuvimos que pasar los años de la posguerra. Debido a la escasez general que existía, había que trabajar muchísimo para poder subsistir las familias.
Os quiero hablar de mi experiencia personal, y lo que si deseo; es que sirva de reflexión a todos aquellos que lo lean y observen como se vivió aquellos años, y como se vive ahora.
Si comparamos, es infinitamente mejor la calidad de vida actual que la de entonces.
Es una pena que la calidad de vida, se haya deteriorado en los últimos años.
La abundancia, nos ha arrastrado a dejar de practicar los verdaderos valores que nos llevaron a la recuperación económica. Todos queríamos tener más y más y si no había, se pedía. Nos empeñábamos, sin tener en cuenta que si no había para pagar, antes o después podíamos ir a la quiebra.
Todos hemos practicado el ejemplo del dicho: ” Si otro puede, yo también”, y hemos querido vivir con esa premisa, sin darnos cuenta a donde nos llevaba. ¿Cómo nuestros hijos iban a ser menos que los del vecino?. No reparábamos en costes, y había que hacer lo posible y lo imposible, para que llegasen al mismo nivel o superarlos.
Muchas vacaciones, muchos viajes, mucha diversión. Soy de los que creo, que todo eso está muy bien; pero siempre guardando un poco para los imprevistos, sin tener que pedir préstamos a nadie para llevar ese ritmo de vida.
Si no se ahorra algo, te expones a que un buen día te encuentres en la ruina y después, ¿a quién recurres?.....
Ya en un artículo que titulé “Como se vivía en Pueblica después de la guerra civil”, señalaba detalles genéricos sobre los hechos y vivencias de aquellos años que yo recuerdo; pero hoy les voy a comentar algunos de los ínfimos, personales; ya que todos sería muy prolijo enumerar.
Debido a la situación geográfica donde se halla ubicado el pueblo, teníamos que trasladarnos a otras poblaciones más cercanas, para darle salida a los pocos excedentes que había de nuestras cosechas; y también para efectuar las compras necesarias de alimentación inexistente, herramientas para el trabajo, etc.
Estas poblaciones eran especialmente Benavente, Santibáñez de Tera y Tábara.
Pues bien, yo en mi caso, recuerdo que con mis ocho años, tener que viajar a Santibáñez de Tera, cada segundo día, para comprar en la farmacia medicamentos que eran imprescindibles para la salud de uno de mis hermanos pequeños. Era el mayor de los ocho hermanos y mi padre era imprescindible que trabajara el campo, sino como iba a mantener la familia.
Por las mañanas temprano montado en mi borrica, me trasladaba hasta la citada población; recogía la medicación y volvía lo más pronto que podía para después poder asistir a la escuela.
Tenía que traer para dos días, mas no podía, debido a que no se conservaba el medicamento, si no era en frigorífico; y entonces eso ni se conocía en el pueblo.
Yo en mi afán de regresar pronto, buscaba las sendas o veredas que me conducían al pueblo, y dejaba la carretera porque por ella hacía mucho rodeo.
Tomaba una senda desde la cuesta, que desde nuestro pueblo conduce a Santa María, por los límites entre esta población y Morales de Valverde, cruzaba el monte de la Carba y el de la Morana, y salía muy cerquita ya de Santibáñez, a la carretera. Después volvía por el mismo sitio e iba a la escuela, pues aunque llegara algo tarde, el maestro siempre me dejaba entrar, pues sabía lo que nos ocurría en casa.
Lo peor era cuando el arroyo “el Castrón”, venia crecido, pues tenía que pasar el vado. Algunas veces a la ida, tenía que levantar las piernas para arriba para no mojarme, incluso las alforjas se mojaban y ya después para casa venia por la carretera, aunque tardara bastante más. La borrica era muy buena y tiraba para adelante siempre.
Cuando pasaba al lado del monte “La Morana”, siempre recordaba como en aquel monte habían encontrado bastantes años antes un señor muerto, que al parecer habían robado y asesinado.
Por entonces cuando ocurría algún caso de estos, se cantaban coplas resaltando los hechos, y siempre me acodaba de aquella copla que decía: “ Por el monte La Morana, ya no se puede pasar, porque los hijos de Hilario, se han enseñado a matar; ay Hilario, ay Hilario… etc.….etc.. y pensaba yo que también a mi me podía ocurrir algo parecido; lo que me invitaba a meditar y rezar algunas de las oraciones que mis padres y sobre todo mis abuelas me habían enseñado. También servía para que en alguna ocasión aunque tuviera sed o hambre, me retuviera de coger uvas, ya maduras; de las viñas que había al otro lado de la senda por donde regresaba.
Como ya he indicado al principio, estos hechos, y otros similares que en otros artículos he relatado, me hacen pensar en la diferencia existente entre lo que pasamos aquellos años; y lo que disfrutan ahora nuestros pequeños, jóvenes y mayores. “Gracias a Dios”. Que no vuelvan a repetirse hechos como aquellos y que todos recapacitemos para evitarlos.
Hay demasiados lujos, y debemos tener en cuenta hasta donde podemos llegar y no pasarnos.
Sin más por ahora, un afectuoso saludo para todos.
Arturo Galende Palacios.